Tres meses después de nacer Moisés, su madre -Jocabed- lo puso en una cesta y la tiró a la Riera de Maspujols, en Riudoms. Así que cuando leo las noticias sobre el virus del Nilo y el pueblo de Gaudí, parece que esté leyendo el libro de familia. Por si no teníamos bastante con la subida de la electricidad y la bajada de pantalones (sí, no disimuléis) ahora tenemos que interrogar mosquitos de la especie Currupipi, que se han contaminado en un botellón que organizaron los chupópteros en una hípica. Los fabricantes de mascarillas están haciendo su agosto, nunca mejor dicho. Y ahora hay un tipo en China con un microscopio haciendo mini bozales para mosquitos. El Ministerio de Sanidad también ha creado normas para los dípteros: prohibido picar los dormitorios a partir de las doce y prohibido acercarse a los caballos, pero no a los burros, a los que podrán picar a cualquier hora. Iba a localizar dónde están los burros, pero me abstengo, que luego cuelgan artículos contra una servidora en las redes, y ya tengo una fama de «rojo-masón-separatista-sedicioso» que pronto seré la imagen del «antes» del detergente OMO.
A principios de abril de 1972 llegué a Cataluña, concretamente en la estación de tren de Salou. Al día siguiente, un alemán amigo de mis padres, me dijo que me enseñaría un pueblo muy bonito. Me llevó a una fábrica de salchichas, y lo único que vi de Riudoms fueron embutidos (no digo chorizos porque medio mundo es de este Detroit del Baix Camp) ¡Cálla! Diría que aquel alemán era de Kiel. ¿Esto no os dice nada, incultos? Pues que está en Schleswig-Holstein, donde según la justicia española hay un montón de mosquitos, burros y parásitos. En fin, voy a la cocina a preparar una nueva plaga: la número 11 ... de septiembre.