Una marca de coches nos convocó a Cerdeña a todos los periodistas de motor de Europa para presentar un nuevo modelo y yo iba representando un medio de una ciudad donde Puigdemont fue alcalde. Paseando por Cagliari vi unos «souvenirs» que me hicieron gracia: gambas a la plancha. Eran los años 90, y mi relación con el banco era de mesa de negociación. Yo estaba siempre en números rojos -en el Hispano Americano de Mont-rojo- lo recordaran-. Si había algún problema en un restaurante del Serrallo, lo arreglabas rápido, pero si la tarjeta fallaba en Toulouse, tenías que pedir limosna en la calle para pagar la cuenta ... más o menos como ahora.
Entré en un cajero de la capital de Cerdeña y, cuando tecleaba el pin, la máquina se tragó la tarjeta como un mago con hambre. Miré el cajero con la misma cara que el Millo ante el Tirant lo Blanc.
Entonces entré en el banco y, como un empleado de banco de allá y de Montroig hablan el mismo idioma, no me costó entender la frase «usted no tiene dinero en la cuenta corriente». «¡Usted no sabe con quién está hablando, no pueden retener una Visa!» grité enfadado. En la puerta del lado del banco había una placa que decía Avvocato Dottore Franco Leone. Le expliqué el caso y el abogado concluyó que no habían retenido la tarjeta, que la habían detenido y que esto era una persecución política. Así que cogió el teléfono y llamó a Silvio Berlusconi. Al colgar, me dijo que bajara a la sucursal. En la puerta ya me esperaban cámaras y periodistas de todo el mundo que venían a ver cómo liberaban mi tarjeta. Había sido una falsa alarma del cajero, pero el abogado tuvo que pagar las gambas.