Salgo a pasear por los alrededores del cementerio y entro a visitar amigos que han pasado a mejor vida. Viendo como la sociedad, la política y la economía, ya no es una frase hecha, sino una verdad. He saludado a un empleado uniformado que retiraba una lápida de un nicho. He seguido andando, mirando el móvil distraído, pero algo me ha paralizado. He deshecho mis pasos: «Perdone la molestia, ¿Usted no es José Luis Escrivá, el ministro de la Seguridad Social?». «¿Cómo me ha reconocido?», ha contestado. Le he explicado que los periodistas somos como un perro mastín: detectamos a los políticos por el olor.
Le he preguntado qué hacía allí. Si antes se había quitado la mascarilla, ahora se ha quitado la máscara. Me ha contestado que exhumaba el cuerpo de un mecánico que se jubiló el año pasado a los 67 años, con la intención de que continúe trabajando hasta los 80, aunque no se pueda mover y haga peste. «¡Pero hombre, no pondrá un muerto en una oficina!». «Mire, en el ministerio ya trabajan unos cuantos que no se duchan y se mueven menos que Montilla». La idea de Escrivá era llenar las recepciones de los organismos oficiales de ujieres disecados en la postura de estar poniendo un sello a un documento. El gobierno pagaría su cotización y así en los resultados económicos del país constaría una tasa de desempleo muy baja. Ya puestos, le he preguntado por mi situación: «Mire ministro, hago un artículo cada día en el Diari Més y en Tarragona Radio, tengo un digital y una sección en TAC12». «Mire, sinceramente, cuando se jubile a los 75 le vamos a dar un adhesivo de Pokemon y una bolsa de pipas». He empezado a llorar. «Bueeeno, no se preocupe, ya le embalsamaré y le ponderan en el Gobierno Civil de Tarragona».