El día del golpe de Estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981, es una fecha que me ha quedado marcada en la memoria. Recuerdo ir corriendo por la calle vestido de soldado, con una boina con un águila a la derecha. La imagen mental me sitúa en la calle 15 de Enero de Reus, como si aquella tarde hubiera estallado otro glorioso elevador nacional. Creo que, en memoria de ese día, la calle se llama ahora del Rosario de la Aurora. Afortunadamente, aquel ascensor sólo bajaba, si no, a estas alturas las mujeres deberían hacer el Servicio Social, habría «puntos» en la nómina y el cadáver de Antonio Garisa anunciaría electrodomésticos, especialmente televisores que sólo tendrían el UHF y emitirían telenovelas de Guillermo Sautier Casaseca. El 18 de julio todos los pelacañas estaríamos obligados a cantar la sintonía de Heidi: «Montañas Nevadas», sin el Pedro, pero con el abuelo y, sobre todo, muchas cabritas de aquellas que desfilan en la Castellana a paso rápido.
Por suerte, el 1 de octubre de 2017 las cosas cambiaron. Votamos a un referéndum. ¿Ah, tú no? Pues no sabes lo que te perdiste. En la escuela donde fui nos lo pasamos en grande mirando los vídeos de gente golpeada por el morro y en el morro. Yo me lo tomé como una Scape Room, buscando de qué manera podría salir si aquellos capullos aparecían con las porras. Si alguien se ofende porque he dicho capullos a aquellos descerebrados, que piensen que lo que iba a escribir tenía tres palabras, la del medio es «de». Termino el artículo con una duda: ¿Cuántas galletas le dieron a Tejero? ¿Cuántas castañas recibió Franco? Es que no aprenderemos nunca a desayunar como Dios manda: lo que deberíamos haber hecho no era un referéndum, sino un Glorioso Referéndum Nacional. ¿A que suena bien?