Seguro que si hablo del apagón general europeo que prevé Austria algún gracioso, como yo, dirá que yo estaría contento si viviera allí porque tengo pocas luces. ¡Y es verdad! Sólo uso tres o cuatro lámparas con leds que consumen tan poco que Endesa me devuelve dinero. ¡Ay, Amigos! Qué tiempos aquellos en los que teníamos en casa bombillas de 125 voltios, que le dabas a un interruptor y se encendía, y le volvías a dar y se apagaba. Ahora no, ahora son inteligentes y se controlan con el móvil o con Alexa. Ya sabéis que me he casado hace una semana y de momento la mujer aún no ha tenido tiempo de buscar a un amante, pero a menudo la oigo decir: «Eco, enciende la luz del comedor». Yo, que estoy en la cocina, la oigo hablar en castellano y creo que es todo un detalle que quien me haga la competencia sea un cubano, aunque el que está negro soy yo. Sí, lectores, ahora antes de acostarme cojo el móvil y toco un botoncito que pone «Puesta de sol». Y la luz durante diez minutos va bajando y adquiriendo los mismos colores rojos que debería tener Batet en la cara y que simulan cuando el sol se va. Y mira que a mí lo que me gustaría sería que se marcharan los del cara al sol, pero éstos no los puedo controlar con Alexa.
Si es verdad lo que dicen en Austria, podríamos quedarnos sin electricidad. Se hace difícil pensar cómo sería la sociedad: volverían a pasar por las calles los repartidores de hielo, nadie podría mirar nada a Google, si lo sabes, lo sabes y si no, no; los bancos no tendrían operaciones on line y volverían aquellos cajeros con visera y manguitos en los puños. Los vendedores de coches eléctricos se pondrían a las puertas de los concesionarios con una hamaca a escojonarse de quienes habían optado por la modernidad y todos los conciertos de música serían con el cantante con una pandereta en la Plaza de la Font. Más o menos como ahora. ¿No has cogido la broma? ¡Ponte las pilas!