Me estaba lavando los dientes escuchando la radio con ese cepillo eléctrico que anula lo que dice el locutor durante unos segundos. Me llegaban palabras entrecortadas, pero mi cerebro -mucha cabeza y muy poco seso- al final las reconstruye. Me ha parecido oír que hablaban de mí. Bueno, no directamente, sino de los de mi edad, los de sesenta años. Me he sacado el cepillo de la boca y le he gritado a la mujer: «Nenaaa, ve preparando las toallas y el bañador que nos marchamos a Cuba. ¡Ya jubilan a los sesenta años!». Ella me ha corregido: «Estás más sordo que la Von der Leyen, lo que han dicho es que debes volver a vacunarte». ¡Osti! ¿Otra vez? Estamos pinchando más que... (espacio reservado para poner el equipo de fútbol que más rabia te dé).
Después he visto que las agencias decían que los datos de Covid estaban subiendo y que la ola ya era como la de Mundaka. Mi mujer habla con Irlanda habitualmente y me dice que ahí vuelven las restricciones. ¡Uy! Ya me he visto otra vez vestido un mes con el mismo chándal, duchándome una semana sí, una semana no, como las enmiendas a los presupuestos. Entonces he ido al cajón donde puse Wii, para seguir a un muñeco que sale a la tele caminando por un bosque. Y ya me he visto otra vez haciendo el «capullo» en medio del comedor con una cinta en la frente y simulando que me muevo haciendo aspavientos con los brazos en el aire, pero sin moverme del sitio, como aquel ministro que baila. Luego me ha llamado un amigo que dice que ya hay colegios cerrados. Tú, que estudias en la URV, vuelves a instalar el Zoom y el Teams para ver a los profes sin que ellos te vean a ti, porque si te vieran sin afeitar, con chándal y una semana sin ducharte, aunque fueras Hawking, pincharías... sin vacuna.