Diari Més

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En cada ciudad hay siempre un rinconcito mágico, un lugar irreal que parece extraído de una leyenda del Gaià. Son lugares cuánticos, donde vive gente a pesar de que no viva gente, que está abierto cuando está cerrado. El Boada no es sólo uno de esos lugares, es «el lugar»... Por eso le visitan Dios y Gerhard. Cuando entro, me vienen a la cabeza dos recuerdos musicales: La Fusa de Buenos Aires, donde el gran Vinicius grabó un disco de culto, y uno de esos sótanos del French Quarter de New Orleans donde bandas de muy jubilados tienen en el jazz y el tabaco su vida. Si en el chiringuito de Luisiana puedes leer en la pared «Sinatra was here», en Boada siempre me hace gracia ver colgado uno de estos mandamientos. En el templo del bocata de Tarragona, como en ese café-concierto argentino de paredes con vida, historia y lágrimas, la gente rodea al artista como los palmeros de Carmen Amaya en Los Tarantos. En Boada se vivían y se viven pasiones en pequeño comité, organizaciones criminales de amigos lectores que tienen la boca abierta detrás de la mascarilla. Si miras por la ventana cuando presentan un libro, eso parece una timba de póquer de pescadores en un café del Serrallo en la República. Soy un periodista malo: he dejado para el final lo más importante. El antropólogo Jordi Suñé, que, pese a ser muy polifacético no me gana, nos vacunó contra la ignorancia con su libro «Vots de poble», editado por Ganzell, un homenaje a las tradiciones del Baix Gaià. Jordi Suñé, hablaba de las tradiciones de los pueblos y su cuerpo levitaba un palmo sobre la silla, imposible de permanecer inmóvil cuando contaba alguna vivencia de la tierra que ama, como Janis Joplin cuando cantaba sus rocks psicodélicos. En cada ciudad siempre hay un autor mágico, un tipo irreal que parece extraído de la leyenda de un libro del Gaià. Yo lo he encontrado.

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