Cada día pierdo más categoría. Hace cuatro años iba a comer con gente que llevaba tres móviles de esos de mil euros, que ponían sobre la mesa mientras miraban el menú e iban diciendo, haciéndose los importantes: «A este no se lo cojo, que es muy pesado», «Buf, éste carga mucho». Yo, siempre decía que mejor un entrante ligero, unas anchoas o un gazpacho. Él me corregía diciendo que hablaba de llamadas entrantes de gente que le reclamaba. A estos personajes que llevan un manojo de móviles se les reconoce por dos circunstancias: la primera, que llevan un Bluetooth en la oreja, como Lola Flores cuando perdió el otro pendiente; y la segunda, porque lo que dejan de propina en el platito es lo mismo que cobras tú a fin de mes. El prestigioso investigador del cerebro, Oliver Sacks, escribió: «Son capaces de pedir unos pulpitos en el Serrallo a la vez que hablan con dos personas en dos idiomas distintos. Por el bluetooth de la oreja un 25 por ciento en castellano y contigo en catalán». Que digo yo que cómo es que el doctor Oliver sabía qué era el Serrallo y el catalán. ¡Misterios!
Pues sí, amigos, he perdido categoría. Después de relacionarme con gente de este nivel, empecé a comer con otras personas que sólo venían con dos móviles. Estos ya no podían hablar contigo y por teléfono al mismo tiempo y, para pedir a la carta, debían concentrarse. Fue una gran pérdida, sobre todo por los camareros, porque en ese platillo de acero inoxidable la propina ya era el mismo que destina un ayuntamiento a subvenciones para la Asociación de Amigos del Peñalver. Ahora ya he tocado fondo, voy con gente que sólo tiene un teléfono chino y que, a diferencia de los otros dos perfiles, ya no pueden rechazar las llamadas porque les va el sueldo. Suelen decir, «perdona, tengo que cogerla, es el alcalde». Ah, se me ha olvidado, no hablaba de Tarragona.