Tengo un problema: no me sientan bien los porros, como a Clinton, y he recurrido a la música brasileña y al Licor de Arroz. Me encontraba en uno de esos viajes astrales en los que te gustaría que Carolina Fajardo te cantara el Lacrimosa en la oreja, cuando el móvil ha vibrado. Era Pep Escoda: «Te espero hoy en la inauguración de Sirvent Gourmet». Yo soy como Assange, que me meto en la embajada de Jerez en Tarragona, y me cuesta años que me saquen, pero si me lo pide Niépce, tengo que ir. Me he disculpado con la Carolina virtual y me he marchado.
He pensado que ese acto social estaría como la bancada de la derecha del Congreso el día que investiguen a Lawrence de Arabia, pero no, eso parecía la inauguración del Anfiteatro de Tarraco. Había emperadores, magistrados y también alguna fiera, como la que debía llevar el abrigo de Lidia Adelantado, que se había «adelantado» a todos preparando ese acto dulce y protocolario. He visto a Dídac, la tercera persona del Espíritu Santo «nadalenco». ¿Este hombre no se ríe nunca? Vinicius de Moraes escribió una canción una tarde en la playa de Itapúa, en Bahía. Dedicar una canción a una tarde me ha parecido muy romántico y he modificado un poco la letra: «Después, en la plaza Corsini hablamos con dulzura con un chupito de agua de coco que Joana -sirviente al Sirvent- nos regaló». Pero claro, faltaba la playa para que la noche fuera tan mágica como la de Itapúa. El destino nos alargó aquella tarde y terminamos en la Arrabassada, en el Bonachí, con una cena de las que me gustan: ¡de gorra! Que te invite alguien a quien no conoces es un poco raro, pero esos calamares no preguntaron si venía de Tinder o del «tender». Cuando vayas a comprar al Sirvent, recuerda que mi espíritu y mi hambre estuvieron en aquel templo el primer día. Corsini no es Brasil, pero después de dos gin-tonics, mira, como que notas ya el mar. «¡Obrigado!»