No descubro nada si digo que habíamos pasado mejores Navidades en nuestras vidas, especialmente las de 1975, cuando pudimos quitarnos las mascarillas para volver a respirar. Ahora, décadas después, se las quitaron ellos y dejaron de ser el amigo invisible. Pues, en estas fechas festivaleras, volvemos a cambiar esto de ir a un restaurante por encargar al pobre Jeroni de Les Moles que te lo envíe a casa. Eh, que cuando digo pobre me refiero a lo que deben sufrir los restaurantes en estos tiempos en los que se anulan más reservas que en un curso de paracaidismo para bisabuelos. Si desea comprobar el nivel de satisfacción de los restauradores, ponte un casco y ve a hablar con el Veciana del Xaloc, en el Serrallo. ¿Qué? ¿El casco para la moto? No, no, el casco es por seguridad, como los periodistas en las «manis» de Vila Layetana, porque puede comprender que ahora es Spiderman, que se sube por las paredes. Llenar las neveras de pescado a precio del sueldo de Bárcenas y después, si tenían que venir veinte personas, que aparezcan dos. Esto cabrea más que quedarse sin batería en el móvil cuando tienes que enseñar en la puerta el Pasaporte de los cojones. Para que lo entendáis de forma fácil: a los restaurantes les ocurre lo mismo que al PP, que reservaron veinte escaños en el Parlament y al final sólo comen tres. He hablado de los restaurantes, pero lo hago extensivo a todo un sector que, si no estudió lo suficiente en la universidad, ahora le ha tocado aprender todas las letras del alfabeto griego, desde la Delta al Òmicron. Pido que ayudemos a quienes salen perjudicados por las medidas de prevención sanitarias, ellos consideran a sus clientes como su familia, y nosotros, debemos ser solidarios. Os deseo a todos, políticos también, que disfruten de mucha salud, porque dinero ya tienen y el amor... el amor no existe. Ah, no, que era un jugador del Barça.