Estaba yo en la cantina de la URV «repasando» unos temas, cuando han pasado dos alumnos discutiendo si entraría en el examen de Derecho Comparado la lección de los países que no tenían constitución. ¿Cómo? ¿Un país sin constitución? Enseguida he quedado tan apesadumbrado que he ido a la barra a preguntar. Ya sabéis que saben más los camareros que los doctores. Me ha dicho que sí, que hay países que no lo tienen. Entonces, he pedido un Sol y Sombra doble, mezclado, no agitado, con la intención de perder el conocimiento, no el que me introducen en la universidad, sino el que hace que te mantengas en pie. El barman me ha dicho que no sirven este tipo de bebidas, que estaba en el templo del saber, no del Soberano. He sacado un billete de cien euros y le he dicho con voz de Trapero: «¿Seguro que no sabes nada de ese tipo, rey?». Se ha agachado y ha aparecido con una botella del Mono y una de brandy Lepanto. Le he pedido que me pusiera en la copa el 75% de anis, porque lo hacían en Badalona, y un 25% del líquido oscuro, porque era español. Luego, ya no recuerdo nada.
Señores, hemos vuelto a ver por la tele al Soberano, que nos ha vuelto a recordar que somos un país con una Constitución escrita (ahora tocaba ponerlo en mayúsculas, ¿no?) y que si el orden constitucional, que si el orden del Cister, que si la ley... Ya sabéis lo de «consejos vendo que para mí no tengo» porque si él tuviera el mismo orden que exige, debería dar alguna explicación de lo que hizo y hace su padre. Pero amigos, aquí ya desaparecen el orden, el deber a los ciudadanos y el statu quo. Se ve que la intimidad está por encima de la legitimidad. Los discursos televisivos deberían jubilarlos ya porque son casposos y quien los dice utiliza un discurso barato que parecen un manual de marketing para imbéciles. El problema que tenemos es que, a diferencia del Sol y Sombra del bar, aquí está todo mezclado y muy revuelto. Vale, ¿rey?