Tribuna
Las Navidades de nuestros mayores
Exdiputado y senador
La Navidad es una fecha especial, nos brinda la oportunidad de reunirnos en familia, para algunos con un significado cristiano, la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret, para otros, simplemente festivo, la realidad es que, al pasar de los años, van convirtiéndose en momentos de nostalgia. Para los más jóvenes es un jolgorio de alegría y diversión, la reunión con los padres, hermanos, abuelos, resto de familia y a veces allegados, aquel,los que ante la soledad de sus hogares, se suman a nuestras mesas, es una experiencia juvenil única, donde son el centro de las risas, atenciones y garantía de tradición familiar en el futuro, aunque no se les escapa en el brillo de sus ojos, la ilusión de esos esperados regalos que, muy bien se han preocupado de hacer llegar al Papa Noel o a los Reyes Magos, si es a los dos mucho mejor, regalos por partida doble, no se puede pedir más.
El tiempo avanza y empieza a apoderarse en nosotros, el síndrome de «las sillas vacías», aquellos espacios deshabitados en nuestras mesas que, aunque los ocupen las nuevas generaciones, siempre estarán presentes en nuestros recuerdos las ausencias. Es cierto también, que la pandemia ha castigado duramente las reuniones familiares, imposibilitando ese acercamiento navideño, en algunos casos, único a lo largo de todo un año, pero quizás, donde más cruelmente se ha cebado, es en nuestros mayores, aquellos que todavía viven y se han quedado contra su propia voluntad y la de sus familiares, en una triste soledad.
No se puede dar la espalda a los dos millones de personas mayores de sesenta y cinco años, que viven solas, la mayoría mujeres, por ser el sector con más esperanza de vida, algunos con limitaciones de movilidad, consecuencia de algún problema de salud, propio de la edad. A la soledad cotidiana en sus hogares, se suma la imposibilidad tradicional de celebrar la Navidad, provocando en algunos casos, recesiones de salud física, mental y como no, emocional. Ese respiro de esperanza, abandonar por unas horas la soledad y compartir el calor de la compañía de un hogar, estimulando el palpitar de sus corazones un año más.
Al número de mayores que viven solos, también se tienen que sumar, aquellos de cerca de cuatrocientos mil mayores, distribuidos en unas cinco mil quinientas residencias en toda España. Es cierto y así me consta que, en la gran mayoría de dichos centros, a la más que reconocida profesionalidad de sus trabajadores, se une también, una verdadera vocación de atención, cuidado y mimo a sus residentes, que resulta difícil, pueda suplir a las propias familias, pero sin duda alguna, contribuye muy mucho, al acompañamiento de su soledad. Las residencias de mayores, en fiestas navideñas, se suelen quedar prácticamente vacías, ya que los familiares no dudan un instante, en reagruparlos en sus hogares, para todos juntos celebrar la tan esperada Navidad, pero es aquí, donde nuevamente la pandemia pone sus barreras físicas, para que los deseos no se conviertan en realidad, pero son superiores los motivos de emotividad, inventando cualquier cosa, con el único propósito de superar, cualquier adversidad que no les permita la unidad familiar.
La nostalgia a los ausentes, no debe convertirse en una sensación de dolor, muy al contrario, es un sentimiento de auténtica alegría, es el mejor homenaje que podemos hacer a nuestros mayores, aquellos que en un tiempo, juntos nos enseñaron a caminar por los recodos de la vida. Para aquellos mayores que, todavía están entre nosotros, esa generación que dio lo mejor de ellos mismos, recuperando nuestras libertades, padeciendo privaciones con el único objetivo de que hoy podamos vivir mejor, los que no piden grandes regalos materiales, se contentan simplemente, con la magia de la Navidad, convertida en muestras de cariño y afectividad. Para ellos, transmitirles todos nuestros sentimientos de gratitud y de felicidad, de satisfacción de poder todavía, ocupar esa silla en nuestras mesas de Navidad.