He leído las medidas de seguridad de las cabalgatas de los Reyes Magos previstas para el año Òmicron. Me perdonaréis, pero a pesar de la gravedad de la situación, no he podido dejar de imaginarme una escena, y no puedo parar de reír. Leo en una noticia: «Los que lleven un instrumento de viento tendrán que ponerse mascarilla mientras no toquen». He recordado aquella escena de Woody Allen en la película «Coge el dinero y corre» en la que va con un violonchelo y una silla intentando sentarse para tocar, pero la comitiva va avanzando y no puede. ¿Cómo? No, no, el protagonista no es del PP. O sea, el señor que toca el saxofón en la rúa debe llevar mascarilla y, cuando le «toca tocar», se la quita (la mascarilla), «pu, pu, pi...» y se vuelve a poner el morral mientras sigue caminando. Suerte tendremos si no se pega un batacazo y se rompe el saxofón, y el instrumento.
La segunda parte del artículo está dedicada al concepto cita previa. Tranquilos que no he dejado de hablar de los reyes de Oriente para criticar a la Administración estatal, autonómica, local y de loterías. Tomaba sopa cuando he estucado la pared al oír que en algunos lugares los niños tendrán que pedir cita previa para poder darle la carta al rey mago. Osti tú, que tengas que hacerlo para pedir un certificado de antecedentes penales, lo entiendo, pero un niño que quiere un Scalextric... ¿Cómo? ¿Que esto ya es antiguo? Pues un pequeño que quiera un móvil plegable con 5G tenga que llenar una instancia en papel oficial y ponerle dos pólizas de 25 pesetas. En este caso, ¿cómo se debería interpretar el silencio administrativo? Si os preguntáis por qué supongo que habría silencio, pues porque a ver quién es el guapo que habla con una de aquellas gruesas FP2 y se le entiende. Aunque ahora en temas de administración y política, aunque no lleven mascarilla no entiendes nada.