Mayo de 1976. En una oficina del barrio Fortuny de Reus miraba curioso mi primera nómina. Perezoso, en los primeros días de trabajar ya empecé a pensar que aquello no se había inventado para mí. ¿Conocéis esa frase del gran Rubianes sobre el trabajo? ¡Pues eso! Entonces no tenías que girar un bombo de bingo para saber cuándo te jubilarías: era a los 65 y punto. Esto ha ido subiendo como la espuma, y ahora la fórmula del éxito para dejar de trabajar es más misteriosa que la de la Coca-Cola.
Toda la vida he admirado a estos empleados de Telefónica y de otras grandes empresas que cogían la jubilación al día siguiente de la Primera Comunión. Pero, el otro día, estaba tomando sopa y casi me atraganto cuando por el Telenotícies dijeron que había gente en el Parlament que cobraban por no trabajar. Dije «¡Qué novedad!» pensando que se refería a los representantes del pueblo. Pero no, lloré de emoción: se habían creado plazas exclusivas para mí. De las que a mí me gustan, sin despertador ni broncas del jefe. Además, ya conozco el barrio porque he tenido dos trabajos al lado. No, no, no cuidaba de los animales del Zoo, es que El Terrat estuvo un tiempo en la Estació del Nord y hace cuatro años estuve en una empresa cercana a la Ciutadella que, eso sí, aquello sí que era un buen zoológico.
Hace poco me han dicho que me vaya a paseo en un medio relacionado con nuestro querido Ayuntamiento. Se ve que cuando los periodistas nacemos nos ponen en el culo un tampón que dice «este no cobrará» y entonces te lanzan a tertulias y llamadas. Mis facturas de mierda incomodaron a quien maneja el dinero del Ayuntamiento. Quinientos sestercios, ¡un escándalo! Pero a la Administración general del mini estado no le molestaba pagar a un grupo de personas que son la versión catalana de Mick Jagger. Pero en vez de los Stones, cantan en el grupo de los Golden «Earning».