He visto una escena en el Parlament de Catalunya que me ha dejado más perplejo que cuando Alejandro cantó aquella ranchera. También porque tenía la tensión propia de un registro policial en una casa en la que la droga está escondida en la cisterna y el perro ha entrado en el lavabo. Recordáis en el cole cuando la señorita decía muy sería: «¿O sale quien me ha llamado bruja o castigaré a toda la clase»? ¿Cuántas veces se levantó el culpable? Nunca, ¿verdad? Era un tema de honor, de esos silencios de a ver quién aguanta más. Al final, toda la clase castigada, pero con orgullo. Aquello sí era omertá y no la de la mafia calabresa.
La Muy Honorable Señora Presidenta del Parlament, conocida popularmente como la Borràs, ha parado la clase para pedir que saliera quien había insultado al Muy Honorable Señor Presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonés, conocido como Ikea, porque no hay manera de que monte la mesa. (No sé si ha observado que sólo poniendo los tratamientos ya tengo medio artículo escrito). Entonces, yo miraba la pantalla del ordenador viendo en streaming la sesión y he gritado socarrón cuando la presidenta ha lanzado el reto de la disculpa: «Ja, ja, seguro que saldrá quien ha insultado. ¡Seguro!». Como dicen ahora los modernos: ¡Zasca! El señor Antonio Gallego se ha levantado y ha pedido disculpas. Me he frotado los ojos y me he metido un bastón de PCR por las orejas hasta el cerebro. ¿Lo había oído bien? ¿Se había disculpado uno de Vox? Ahora sólo hace falta que modifiquen trescientas cositas más de sus estatutos y de su ideología y ya tendremos un partido como es debido. Cuando ha querido decirle a la señorita que el otro le había insultado primero, la presidenta le ha dicho que no era necesario, con esa expresión que me hace pararme cuando escribo, y también cuando discuto con la mujer, «no tengo la palabra».