Debo reconoceros que no tengo ni idea de política, ni internacional, ni nacional, e incluso diría que desconozco las políticas de empresa de las eléctricas. Sí que es verdad que tengo unas ideas personales, pero que se pueden modificar rápidamente dependiendo del partido donde haya un hermano me deje facturar 300.000 euros en pegatinas de «Tarragona m'esborrona» o «Reus, París, Londres». Ambos son íberos, pero de tribus distintas.
Me cae bien Ucrania por tres motivos: me gusta su presidente, por una empleada de Denver que me sirve gin-tonics y por otra chica que me entrega los coches de alquiler del Sixt cuando tengo que huir de Catalunya para esconderme a los Picos de Europa. Cuando hay dos frentes de opinión, y no para decir si te gusta más el Oriol o la Molt Honorable Borràs, suelo huir como un cobarde, porque de Rusia sólo conozco la canción «Siberia», de Miguel Bosé. Así evito meterme en jardines verticales. Finita la ironía, ¿eh?
He decidido mirar los currículos de Zelenski y Putin para saber hacia qué banda tengo que tirar la bola. Utilizo la palabra banda en concepto de opción, la interpretación de organización criminal ya sé a cuál de ambos aplicarla. Zelenski es un cómico, abogado y guionista. ¡Hombre! ¡Es de los míos! Aunque todavía no soy abogado, sí humorista y guionista de la broma, y eso hace que de momento me decante hacia él. Ahora miramos a Vladimir: abogado y exagente del KGB. ¡No jodas! ¡Un espía con mala leche, Calla! ¡Cálla! Con este no me identifico, pero, claro, como también es un payaso, quizá me lo repienso. Los que se lo estarán repensando serán los ciudadanos rusos que están en contra de este nuevo zar que, como malvado de la Marvel, quiere conquistar el mundo con sueños de abuelo borracho de vodka. ¡Eh! Que quizás nos sirva para algo, por ejemplo, ya que ha sido de la «kaja-B», que nos diga quién es M punto.