Diari Més

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En los años cincuenta, mi padrino, el «tito» Paquili, leyó en el Diario de Cádiz que Eisenhower quería ser amigo de un tal Franco. ¡Sorpresa! Había pasado de ser un demonio de las libertades y un dictador terrible a ser el compañero ideal para jugar al tute. Con él firmaron un acuerdo para repartir por el territorio patrio bases militares para sus fuerzas armadas estadounidenses. Una era la de Rota. Pero lo que más interesaba a tito Paquili era saber si los 7.000 militares de «Ike» necesitaban camareros y que le contratasen. Años después, mi tío supo que aquello era como la gasolinera del Serrallo, que llegaban a repostar aviones y barcos de algo que se llamaba OTAN. Debían de tener la gasolina bien de precio. Pero a mi tío le interesaban más los mecheros Zippos, el Winston largo y las revistas de chicas vestidas sin vestir. A mediados de los años 60, una pareja de jóvenes ucranianos, Oleksandr y Rimma, veraneaban en Fuengirola y un día decidieron ir a Jerez. Allí, en un bar llamado Gallo Azul conocieron a Paquili, que trabajaba algunos festivos. A diferencia de mi padrino, esa pareja tenía estudios. Él era un experto en cibernética e informática y conocía bien el tema porque en Kiev había comenzado a funcionar el MESM, el primer ordenador soviético. A finales de los años 80, mi tío se compró un PC Amstrad y lo miraba como un novio virgen, no sabía ni cómo se ponía en marcha. Siempre decía que si estuviera allí Oleksandr... De momento yo sabía escribir C:/Dir y, como salía una larga lista de letras blancas sobre fondo negro, quedaba muy bien. En 2012, mi tío murió y en sus cajones quedarán aquellas fotos de marines y del hijo de Oleksandr, Volodímir, un niño travieso que hacía reír a todos. Ah, mi tío Paquili y Oleksandr nunca hablaron de la OTAN.

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