Imaginad una chica soltera que está en un colegio el 1-O y, de repente, se ve rodeada de piolines. Uno de ellos levanta la defensa para darle, pero se detiene, coge la porra -la reglamentaria-, la desenrosca y saca un anillo de compromiso. El gorila Maguila de detrás suyo saca del casco un ramo de flores. El policía D504B7487 se pone de rodillas y pregunta a la chica si quiere casarse con él. La soltera tira la pancarta de «Independencia» al suelo y se abraza al cuello del peticionario llorando y diciéndole «Sí». Entonces él levanta la cabeza: «sí que quieres casarte conmigo, ¿o que votarás Sí?». Ella dice que ambas cosas. Entonces él tira el anillo en el estanco de la Tierra Media, o sea, en Aragón. Qué escena para un cortometraje, ¿eh?
Estaba escribiendo este artículo el martes y, de reojo, he visto un control de carreteras del ejército ucraniano. Cuatro personas con las manos sobre un coche. He pensado que habría una carnicería. Pero no, a una chica que están identificando, se le arrodilla un soldado y le ofrece el preciado anillo y le pregunta si quiere casarse con él. Cuatro o cinco personas lo graban en vídeo. Aplausos, flores y llantos.
Respeto todas las opiniones, pero yo, sinceramente, encuentro ese ritual otra americanada como el Halloween, los muffins, o el Winston. ¿Qué? Sí, sí, vale, que las magdalenas y los cruasanes han venido de Francia y tampoco son nuestras, como las calles o los caliqueños. Algunos verán esta escena como un momento tierno de una guerra y otros una frivolidad. Probablemente, a poca distancia de ese lugar, en algún control de verdad, seguramente habría caído muerto alguien. Si sois de los románticos, os enfriaré un poco: unas 85.000 parejas se divorcian al año, según el INE, ¡Mira! lo mismo que cobra Pedro Sánchez. ¿Qué? ¿Quién ha hablado de Yolanda Díaz?