Me cae bien la gente de Lleida. De la capital especialmente, y de allí, Pep Pon, es un genio al que quiero. Y vosotros diréis: ¿es necesario que nos meta ahora el rollo que tiene un amigo en Lleida? ¿Te pagan los de allí, pelota? Sí, porque ahora yo tengo el Covid suave (será la versión de Aliexpress), pero él pasó tres meses en la UCI. En el Urgell lo que más quiero es el restaurante El Castell de La Seu, los que han estudiado ya sabrán dónde está la ironía. Conozco ese lugar de cuando era inspector gastronómico y porque allí voté a Zapatero en el 2004, cuando vivía en Andorra. No, no era para evadir nada, para hacer eso tienes tener pasta, ¿no? Me dijo la suegra: «Zapatero es de León y si gana se irá Aznar». Nada más ser de León ya no hace falta ni mirar el programa. Hice lo mismo que el 1-O: votar un cambio. Meses después estuve con los investigadores del 11-M, y como dicen los americanos You know. Por eso, cuando alguien dice Lérida me duele, porque si la denominación oficial cambió hace ya varios años, no sé por qué no han aprendido a decirlo bien. Lo mismo me ocurre con Gerona, que pienso que quien lo dice quiere tocar «la gramática». Pero, ¡eh! Que sí, que sí, que si eres de Lambalandia o Morenaland podrías decirlo, es legal, pero, entre tú y yo, habitualmente es para tocar la Pampa, como he hecho yo para llamar a estos dos territorios.
Por todo esto que he dicho, y porque conozco un buen montón de gente que seguirá diciendo San Carlos de la Rápita, y no simplemente La Rápita, creo que el tema Kiev y Kíiv es sorprendente. Una noche me fui a dormir oyendo por la radio que lo pronunciaban de una forma y al día siguiente por la mañana, de otra. Pensé que, ¡coño! Los de los ayuntamientos ucranianos por la noche, mientras están con la mujer en la cama cambian de nombre las ciudades. O sea, incluso cuando duermen gobiernan, aquí los que gobiernan están dormidos.