Cuando hablan de mí ya podrían discernir entre periodista o escritor, pero no, dudan entre payaso o pedante. Las cuatro opciones son correctas. Hoy hablaremos de la cuarta enmienda, la de pedante. Pero, primero, vayamos al diccionario: «Que hace alarde de saber o de erudición, sin tenerla». Efectivamente, soy yo. De todos los tertulianos que conocéis quién ha hablado más sin tener ni puta idea de lo que dice, soy yo. Empecé de tertuliano con Josep Maria Àrias algunas mañanas en la SER, más tarde vino la COPE a Barcelona, un programa que llevaba un tal Pepe Collado, y después con Isabel Gemio, en Onda Cero, hablaba de quien podría haber quemado el Edificio Windsor en Madrid. Siempre tengo la capacidad de utilizar términos que he oído y que son comodines. Por ejemplo: «esto debía haberse investigado mucho más», también utilizo mucho el «depende de cómo se mire» pero lo que más éxito tiene es «el compañero (que también suele ser un pedante) seguro que tiene una información más profunda que yo del tema». Y a «Pasarporcaja».
Ya veis que soy como Borrell o Toni Cantó, que ellos mismos se van metiendo en jardines sin que nadie les riegue. El Colegio de Periodistas en Barcelona me envió a dar una charla sobre el periodismo de guerra. Yo, la única contienda que había tenido hasta entonces era una discusión con mi mujer y con el presidente de la escalera. También es habitual que el pedante tenga sus armas para protegerse. Porque la audiencia habitualmente tiene una información muy básica del tema a tratar, pero tú has leído un artículo del Reader Digest antes de entrar en la sala. Estás hablando del nuevo periodismo y un señor en la segunda fila, pregunta: «Oiga, ¿y por qué no se grapan los periódicos?». Y tú, contestas, serio, como un buen pedante: «Imagine que envuelve un bocadillo con el diario: ¡se podría tragar una grapa, hombre!». Y todos aplauden.