Los de Mercedes Benz me han convocado para presentar un nuevo modelo eléctrico en Bruselas. El programa es sencillo: ir a Barajas en AVE y tomar un chárter con todos los periodistas de motor de España. La cita es en un céntrico palacio belga, donde una pareja te recibe tocando el violonchelo y un camarero te da una copa de Moët. Al cruzar un paso de peatones, en la puerta del palacio, he reconocido en un coche al MH President Puigdemont ¡hablando por el reloj! Era un Aston Martin con matrícula terminada en 007, de esos que tienen bar en el asiento trasero para tomar Martinis removidos. ¡Osti! Sí que les va bien lo del Consell de la República, he pensado. Detrás iba un 4x4, un Uaz Patriot, ocupado por tres hombres con gafas negras y la cabeza cubierta por aquellos casquetes de piel rusos. Pero no era la única sorpresa del día: unos metros más allá me ha parecido reconocer a Gabriel Rufián -el príncipe Tardà II-, que iba en bicicleta con unos prismáticos en el cuello y una cazadora donde se podía leer bordado «I Love Santaco». Me he quedado mosca con el tema y cuando nos ha tocado probar el nuevo modelo de Mercedes por las calles, en vez de seguir la ruta prevista por la organización, he ido hacia Waterloo. Allí he visto a los rusos que viajaban en el todoterreno. Me he acercado a ellos como un turista más. Me he quedado de piedra cuando me han hablado andaluz. Me han recordado aquellos mayorales de las ganaderías y me he interesado por saber qué hacían allí tres hombres dedicados a la cría de toros de Ubrique. Me han dicho con esa gracia andaluza que «aquí, paisano, hay más cornadas que en Las Ventas por San Isidro y hay que proteger al señorito". Y les he preguntado por qué llevaban ese sombrero ruso: «¡Coñe! Aquí hace mucha rasca. No se ha dado cuenta de lo «musho» que s'ha enfriao o el independentismo».