¡Hola! Me cogéis mirando el mail, un momento. A ver... Subdelegación del Gobierno, asunto: «Decomisan en una playa de Tarragona dos toneladas y media de hachís». Siguiente: «Cinco detenidos en Tarragona en una macrooperación antidroga». Ya vengo, ya vengo, el último: «Mossos y Guardia Urbana desmantelan el principal punto de venta de heroína de Tarragona». Ya está.
No sé vosotros, pero yo tengo la sensación de que los bares pronto tendrán esa bonita costumbre de poner una tapa gratis con la caña. A diferencia de otros puntos de la Península Ibérica (ahora está de moda esta denominación a base de caspa y naftalina) en vez de aceitunas nos ofrecerán un platillo con una raya, y no estoy hablando de la especie marina. Ya puede ser una población demográficamente moderada o una ciudad; siempre habrá una urbanización y dentro de la urbanización, dos especies. En esta ocasión no son marinas, pero, de vez en cuando, gritan «¡aguaaa!». Se trata de los Okupas y de los aficionados a la agricultura que provoca más risas que Mr. Bean. Los Mossos cambiarán el uniforme por una barretina, unas alpargatas y un pantalón de chándal para recorrer todos los cultivos de Catalunya buscando la «maría» del Botafumeiro.
He imaginado que, si sigue proliferando el tráfico de drogas sin semáforos, llegarás a un restaurante y te pondrán sobre la mesa una de esas cartas con fotos amarillas de paellas plastificadas. En los entrantes tendrás la foto de una jeringuilla, al lado, una de un porro, y una pizca de la harina prohibida. ¿De postre? Pastillas. Todo a diez euros el gramo. Las mesas tendrán biombos para que nadie sepa los «platos» que se sirven allí dentro. Está feo hacer comparaciones, pero perdonad, mi cabeza ha pensado en una mesa de drogados que nadie ve y, sí amigos, también nos acabará consumiendo.