Estoy frustrado. Yo, que conozco a todo el mundo, gente importante, jueces, delincuentes, políticos, políticos delincuentes, registradores de la propiedad y policías registradores de la propiedad, profesores universitarios y universitarios que quieren ser profesores... pues creo que no me han espiado. ¿Os lo podéis creer? ¡No salgo de mi asombro! Tenía un móvil con un sistema operativo Android y cuando supe que el Pegasus afectaba a los Iphone, me compré uno por Wallapop. Pero nada.
Ya me lo tomo a cachondeo y cuando llama alguien me hago el importante y le digo que vaya con cuidado con lo que dice, que tengo el teléfono intervenido. Y ambos reímos y decimos alguna mentira. «Andreu, ¿tienes bien escondida la urna? No jodas que en un registro puede caerte el pelo». Y Andreu contesta que la tiene en el horno envuelta con papel de plata para que los aviones de la DEA no la detecten. Y así… Me río, pero en el fondo me siento mal porque sé que ni al portero del edificio del CNI se le ha ocurrido pincharme el teléfono. Deben decir: «Mucho periodista, pero en treinta años no ha conseguido trabajar en el ayuntamiento con sus amiguitos». Añado yo: ni los de mucho antes, ni los de antes, ni los de ahora. Y eso que podría deciros el tabaco de pipa que fumaba Recasens y qué coche tenía Banús.
Como me ha quedado corto el artículo de hoy, os contaré una de mis vivencias profesionales. En la redacción del Times, a principios de los años 90, tenía un scanner, un aparato de aquellos que buscan frecuencias y cuando encuentran a alguien que habla se detienen y puedes oír lo que dicen. Yo lo utilizaba para interceptar las comunicaciones de la policía. Como si no eres amigo de ellos tienes menos futuro a los sucesos que Toni Cantó en el MIT, no pasaba nada. Los primeros teléfonos móviles eran analógicos, así que también podías oír temas de cuernos, negocios y política. Por si alguna vez os habéis preguntado: «Osti, ¿cómo se ha enterado el Peñalver de esto?».