He intentado encontrar algún mafioso en los 400 kilómetros que separan Trapani de Taormina, en Sicilia. ¡Mira! Me hubiera hecho ilusión ver algún tipo con bigote y una Star 9 parabellum en la faja. Me he detenido en una gasolinera de Palermo y he preguntado dónde podría encontrar un Al Pacino de verdad. Me han dicho que ahora han cambiado mucho, que ya no van con esos bigotes y se dedican a hacer cosas feas como manipular móviles o destilar en casa licor de aceite de girasol. «Cuando pase por Sant'Agata di Militello, pregunte por un joven, le llaman el Pegasus, él seguramente podrá ayudarle».
Me he marchado de allí con los depósitos llenos después de pagar la gasolina a precio de Moët Chandon. (Por los pobres: es como la sidra El Gaitero pero con nombre francés). He mirado por el retrovisor y me seguía un Smart. Como algo sé de seguimientos de detectives y otras técnicas de película, he dado un trompo a un camino y he cambiado de sentido. Diez minutos más tarde, en un semáforo de Cefalú, volvía a tenerle detrás. Voy a dormir a Taormina, en un antiguo convento, un hotel llamado San Domenico Palace, pero podría decirse perfectamente «Te dejaremos en pelotas con la cuenta». Estuve hace más de veinte años y sé que es un callejón sin salida. He aparcado en la entrada de la calle y los del Smart han picado. Les he bloqueado la entrada con el coche y me he acercado a ellos. Sin miedo. Yo soy así. «Qué, ¿pegando cacharritos en los bajos de los coches para saber dónde van?». «¿Cómo ha sabido que somos de Charlie November India?»
Les he invitado a tomar una cerveza en el bar del hotel. Yo soy así. La mujer se ha ido a la habitación a preparar el gelocatil y las vendas.
Al enterarme de cuánto les pagan en Madrid, como tengo algún durito en el banco, les he contratado. Así he creado el MOISSAD, un instituto de inteligencia, sólo para mí. El primer trabajo será espiar a Pedro Sánchez en una operación que he bautizado como «Flor en el Culo».