En la vida, cuando era vida, me encontraba amigos por la calle y hablábamos de dónde teníamos que ir de vacaciones, de la última fiesta o de si Cupido nos había notificado algo por vía de apremio. Desde que voy a sesenta, cuando me encuentro con un conocido, hablamos de enfermedades. Hay una que creo que debería estar en la Constitución. Así: «Artículo 170: Todos los españoles tienen la obligación de tener hipertensión arterial. Por ley orgánica se establecerá que a partir de los sesenta años habrá obligación de tomar una píldora de Cinfa Valsartán 160mg cada día hasta el deceso». Sí amigos, el tema de la tensión parece el bingo cuando te encuentras a alguien: «pues yo tengo catorce, nueve...» que estaría bien que pasara alguien por la calle y llamara «¡Líneaaa!». Desde el 1 de octubre del 2017 que me notaba alterado, pero la doctora Folch, mi médica de la cabeza y del CAP, me ha puesto el cacharrete aquel que sopla y, ¡plinc! 17/8 de tensión. Venga, como cuando ligabas en la discoteca, «pa» la farmacia. Por cierto, que es el único médico que es paciente a la vez, por qué soy uno de esos pesados que aprovechan la visita anual para soltar todo lo que les ocurre en la vida. Ella va apuntando pacientemente a mi expediente clínico, que ya es como la libreta del Villarejo, porque hay más irregularidades que en el Banco Nacional de Uganda.
Entonces, amigos, creo que he entrado en la tercera edad. Las dos primeras las pasé sin pena ni Gloria. Era mi ex. Ahora me podría pasar horas mirando aquellos vídeos del Facebook de un tipo de Indonesia que te enseña cómo se hace una piscina con un tenedor o aquellos que con un clip y una botella de Coca-Cola de plástico hacen un tractor. Será la versión moderna de ir a mirar obras. De todos estos vídeos de MacGyver lo que más me sorprende es aquellos que han hecho una democracia con un zapato y una alpargata.