Diari Més

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No hace muchos días os contaba en un artículo que titulé «Álex, el Patio y las casualidades», que en el mundo se producen situaciones que parecen escritas por alguien que nos va moviendo como si fuéramos personajes de una serie. Y, como ya habréis comprobado, no hay producción audiovisual o relato donde el escritor o el guionista no haga morir a alguien. En la novela de hoy se nos ha muerto mi amigo Alex Arroyo. Tenía 54 años y cada frase suya te hacía meditar un buen rato sobre la vida, quererse y ser feliz. Yo suelo ser de esos que repiten constantemente: cree en ti mismo. Cenamos un día en Bonachí, allí en la Rabassada, con Lidia Adelantado, su inseparable amiga. Y me sorprendió que estaba muy orgulloso de haberse hecho a sí mismo partiendo de un barrio de trabajadores de L'Hospitalet. No quisiera compararme, porque él era un gurú para los emprendedores y empresarios, pero a menudo me habéis oído decir que soy hijo de una familia sencilla. Los cientos de miles de seguidores de todo el mundo que escuchan sus consejos en YouTube, nunca llegaré a tenerlos. Pero sí coincidíamos en esta faceta de la autoestima y de pensar que las buenas vibraciones, la actitud positiva y la alegría te llevarán a conseguir lo que pretendes en la vida.

En estos casos, el WhatsApp se convierte en el lugar al que vuelvo para contemplar con nostalgia las últimas palabras que intercambié con los amigos que han hecho su último viaje. He mirado reflexivo dos mensajes que me envió: uno es Mafalda diciendo: «¿Qué importan los años? Lo que realmente importa es comprobar que al fin y al cabo la mejor edad de la vida es estar vivo», pero sus últimas palabras me han dejado pensativo. «Yo ya he pedido traslado a otro planeta». Que seas feliz allí, amigo Álex.

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