Diari Més

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Hace muchos años ya de aquel «Moi, cálmate». Yo estaba cabreado porque el ascenso que creía que me habían prometido no se había cumplido. Hacía poco que estaba en esto del periodismo y, enfadado, lo dejaba todo para ir a Madrid a trabajar de simple administrativo en una editorial. Joan Alias, compañero en el Diari, me intentó convencer para que no tirara por la borda a mi futuro profesional. La conversación continuó en el pub Nikon, en la calle Cervantes y, ya de madrugada, en su casa, entonces un ático de una calle Lauria. Ante un gin-tonic le dije que tenía razón. Y aquí me tenéis.

Como ya habéis adivinado, yo soy un charlatán agotador, exactamente lo contrario de cómo era Juan. Me ha costado años darme cuenta de que los buenos hombres no necesitan palabras para demostrar cariño. Joan Alias era un hombre discreto, silencioso y de pocas palabras, pero que, en sus actos, como compañero, demostró su calidad. Profesional y perfeccionista en todo lo que hacía, desde el tenis (jugaba muy bien), hablando de los Tigres Tamiles de Sri Lanka o jugando en la butifarra. Era un estudiante de medicina con formas que a menudo evocaban a un pescador de su Villanova natal.

Los primeros días en la redacción recuerdo que pasaba las mañanas en la habitación donde picaban los teletipos con esa musiquita periodística. Lo veías saliendo y entrando con los rollos de papel de EFE o Colpisa. Pregunté quién era ese chico que empezaba ese día. Me dijeron que llevaba una semana allí.

En 2014 entré como estudiante en la URV y me encontré en la puerta de la cafetería con Silvia, su mujer. Semanas después me dijeron que había muerto. Hoy Juan se va a reencontrarse con ella. Lloramos la muerte de Juan, que yo he venido a definir como un noble dentro de una redacción, en las dos acepciones que tiene la nobleza.

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