Saber si la culpa de la telebasura es de la audiencia o de las cadenas es un misterio. Saber por qué la prostitución sigue siendo una actividad tan normal como ir a comprar el pan, es un misterio. Vivimos en una nube de misterios que realmente misterio no tiene nada. Ya lo sabemos todo, pero seguimos repitiendo como loros sin saber qué hacer. El último tema de «misterio» que llega ahora con el calor hace referencia a la carencia de personal en la hostelería. Mi padre, Pepe Peñalver, trabajó siempre de camarero. A las seis de la mañana se acercaba a mi cama y me besaba antes de marcharse. Volvía a la una de la madrugada. Él me recomendó que no fuera camarero. Creo que acertó.
El empresario dice que no encuentra gente, en un mundo en el que todo el mundo necesita trabajar. Extraño, ¿verdad? Y si lo analizamos bien, encontramos, por un lado, la incertidumbre de las ganancias del propietario que ha vivido en los últimos años de pandemia. Ahora se ha abierto la veda y, aunque existe una explosión de alegría, el futuro no es previsibles. Por otro lado, está el trabajador, que considera que las condiciones no son dignas. Y, después tenemos la profesionalidad del contratado. No descubro nada cuando digo que a un buen profesional hay que pagarle bien, y también que tiene familia. Me refiero a un hombre educado, que sabe de vinos, que sabe vender el producto con simpatía, que es discreto. En un restaurante de Madrid recuerdo a un jefe de sala que amonestó a un camarero por quedarse al lado de nuestra mesa cuando hablábamos de política. Lo siento porque ya sabéis que yo soy más amarillo que The Sun, pero envidio a aquellos camareros que sirven una relaxing cup of café con Leche en la Plaza Mayor de la capital, de Cáceres o de Valencia. ¿Y si intentamos dignificar la profesión? Quizás en esta peli de misterio, el mayordomo no es el asesino.