El año que se estrenó ET yo acababa de salir de prestar mis servicios al Estado. Volví a mi trabajo en Casa Lozano Electrodomésticos (los más viejos habéis sonreído, ¿eh?) y borré tres letras del currículo. O sea que quité el «del» donde ponía régimen del general, ¡Y hala! Les emití una factura por estar trabajando un año y medio vestido de Fidel Castro. Como concepto escribí: «Para dar cumplimiento al artículo 30.1 de la Constitución. 547 días de trabajos de deber de defensa de España». En la cantidad… 64,90 euros, perdón 10.800 pesetas, que entonces éramos normales. Creo que es menos de lo que cobra la mujer que se encarga de gestionar los lavabos públicos de la Rambla Nova. Sí, ya sé que no existen, por eso lo digo.
Y vosotros diréis que por qué he puesto un título que hace referencia a ET, ese personaje bajito y arrugado que nos hizo llorar. No, hombre, aunque era el jefe del Ejército de Tierra, no quiero decir Franco, me refiero a ese otro... el extraterrestre. Que no, Montoro tampoco. Hablo de aquel personaje de Spielberg que decía lo mismo que un pobre desahuciado, «mi caaasa», mientras una comitiva de gente con porras y un número de serie en la espalda le lanza piropos. Pues ha muerto Isidoro Raponi, el creador del mecanismo que movía a aquel alienígena que nos emocionó en 1982 mucho más que el Naranjito. A mí Albert Ribera no me emocionaba, Malu sí, no por sus canciones, sino porque su tío era Paco de Lucía, la primera persona que entrevisté como periodista. El segundo que atendí en la recepción del Times fue Agustí Mallol. Eh, que el personaje del título de este artículo y el político no tienen nada que ver. ¡Mira que sois malos!