En un bar del Serrallo he oído: «¿Sabes quién será el invitado de honor de las fiestas de Sant Pere de Reus?» Y el otro interlocutor ha pegado un trago de vermú y se ha encogido de hombros. Yo he pensado que sería un descendiente de Prim, o el fabricante de las brochas de Fortuny, o Mina, conocida en Reus por su boca. Pero no. ¿Sabéis quién será la estrella de las fiestas ganxetes? ¡El alcalde de Tarragona! Cuando lo he oído me ha salido la Coca-Cola de la boca como si me hubieran pinchado (no era cola, pero tengo que quedar bien). Me he acordado de ese programa de los noventa que se titulaba «¿Pero esto qué es?». A continuación, he pensado que he vivido veinte años en Reus, veinte años más en Tarragona y mi editorial está en Valls. Con catorce años, después de saltar la valla de la verbena de los Ploms de Reus para ver a Miguel Bosé cuando era Don Diablo, hacía autostop hacia el Serrallo para disfrutar allí de la verbena. Yo iba del Frankfurt de la calle Llovera al de la plaza Corsini con la misma facilidad que vosotros vais a Les Gavarres.
Los enfrentamientos entre ciudades vecinas son una gilipollada. ¿Creéis que harán más cosas en Gijón si está de espaldas a Oviedo? Que Cartagena progresará más haciendo el vacío a los de Murcia o que los de Jerez (una servidora) seremos más chulos por criticar a Cádiz. Habéis notado que progresan más los cambrilenses del pueblo que los de la playa. Es evidente que no. Dejemos lo de Villarriba y Villabajo para los anuncios antiguos. Reus, Tarragona y Valls deben unirse, por ejemplo, en una mancomunidad que solicite servicios propios de una población de 350.000 habitantes. Quizás tendríamos mejores hospitales y seguro que aquella estación que hicieron en medio de Texas estaría comunicada por una lanzadera. Pensemos en el futuro y dejemos ya la guerra del francés. No, no hablo de Manuel Valls.