Ya sé que esperais un artículo repleto de alabanzas, de referencias divinas hacia un ser humano extraordinario que dedica su vida a los demás. Esto ya lo sabemos hace años, no es noticia. A mí me gusta más hablar de una faceta que no es tan conocida de Xavier Fort, la de monologuista de humor. Nadie conoce mejor que él a las personas y la cotidianidad de la vida para poder convertirse en un explicador de historias, como Capri. Y probablemente por eso es tan sabio.
Cuando veo a un cura entregado a la ayuda de los demás, para mí es, simplemente, un hombre bueno y de buen corazón, y nada más. Confieso que los sacerdotes me gustan más en una terraza, que «comiendo» en la cafetería de la Universidad Pontificia de Comillas.
En 1988 yo todavía gateaba por una redacción cuando un loco intentó matarle. Ahora me cuenta con naturalidad cómo fue esa noche horrible. Aquel joven armado con un martillo no pudo poner fin a la vida del párroco, como si San Pedro le hubiera puesto un casco. ¿Un milagro? Pero él, en vez de poner las manos sobre el Código Penal, cogió la Biblia y pidió al juez que le perdonara. Me recuerda mucho a la Manolita de Betania.
Me va regalando frases que me hacen reír: «No me quites años que me harán hacer la mili», «Nací en Tarragona, ¿no se nota que soy de capital?», «Empecé a hablar con 9 años, pensaba que iba a ser mudo». Le hablo de escribir una biografía, y responde que «nooo, que los libros pesan mucho». Cuando le «confieso» que de fe voy flojito, me dice que... «¡mientras creas en el Nàstic!».
He quedado con Mosén Fort en Joan XXIII, entre paredes y batas blancas, dolor y alegrías, que se viven en un microclima familiar y de cariño del que disfruta. «Los médicos y enfermeras son ángeles». Antes de marcharme me agarra el brazo y me dice en la oreja: «Te leo cada día». ¡Caray! No todo el mundo puede decir que le lee un santo.