Opinió
En la fiesta me planté
Sorpresa. Ha vuelto a suceder que se cuelan en la fiesta atraídos por las luces de colores. El local se llama Sistema y parece impenetrable, pero de vez en cuando alguien se mete haciéndonos creer que se puede combatir desde dentro, hasta acabar con la mafia mediática y política.
Los primeros fueron Mario Conde, quien, con Sociedad Civil y Democracia (SCD) no consiguió representación parlamentaria. Jesús Gil, con el Grupo Independiente Liberal (GIL), llegó a tener un escaño en el Congreso por Málaga. La Agrupación Ruiz-Mateos (ARM), obtuvo 600.000 votos y dos sillas en el Parlamento Europeo, una para él y otra para su yerno.
De un tiempo a esta parte la cosa se está poniendo más seria y algunos suben hasta la sala VIP cuando nadie los esperaba. Albert Rivera y Pablo Iglesias irrumpieron en el panorama político de golpe y porrazo. Rivera, desnudo en un cartel electoral, acompañado del lema «Nos da igual cómo vistas. Nos importas tú». Podemos surgió de la falta de pan para tanto chorizo y sorprendió al obtener un millón doscientos cincuenta mil votos en unas europeas, porque la inmensa mayoría de los españoles no sabíamos quién era Pablo Iglesias.
Este fenómeno no es solo patrio y sucedió en Italia, en 1987, con la estrella porno Ciccolina que fue diputada enseñando sus senos. Y más recientemente con el cómico Beppe Grillo (M5S) quien obtuvo 108 diputados de italianos descontentos con la clase política. En Alemania, con Bernd Lucke (AfD) y, en Francia, con Jean-Luc Mélenchon (LFI), que este domingo ganó las Elecciones generales en Francia.
Y ha vuelto a suceder con un desconocido, Alvise Pérez, y su partido “Se Acabó la Fiesta” (SALF), votado por ochocientos mil jóvenes con la promesa de que no tocarán para sí un euro público y pondrán fin a este sistema podrido. Entre el barullo yo me meto dentro, siendo la rendija de las urnas al Parlamento europeo, (por el sistema proporcional, poca participación y su menor trascendencia) la ranura por donde más se cuelan.
La atracción inicial es aglutinar la decepción contra el establishment, si hace falta disfrazado de La Máscara o del Joker como sucede en estos mismos días en la campaña para gobernar Tokio. Y aunque no nos generen confianza las personas, ni compartamos métodos e ideologías, nos produce simpatía a los anarquistas moderados comprobar que tiene fisuras.
Mientras no coloquen bombas haciendo saltar por los aires edificios oficiales, se puede despotricar contra el Sistema y ponerlo de vuelta y media que no puede demandarte. Pero tampoco demandarlo cuando le haga añicos, como sucedió con Mario Cande, Jesús Gil o Ruiz Mateos. El Sistema tiene, como el cuerpo humano, mecanismos inmunológicos cuando le penetra un agente extraño.
Tras reconocerlo y bautizarlo como ultra, antisistema o populismo, se pone en marcha la maquinaria y mandan al gorila para desalojarlo. O bien, para absorberlo, si se espera del intruso que haga lo mismo que los que ya estaban y se ponga a soplar como un cosaco al llegar a la barra. Convirtiéndose en casta tras haber prometido acabar con ella.
Este reclamo de Coca-cola para todos y algo de comer, va in crescendo y ha encontrado en las redes sociales un camino alternativo para burlar al portero. Crece y penetra porque se nutre de la degradación de políticos y sus leales periodistas, y estamos alcanzando cotas de desprecio hacia los gobernados que repugnan hasta de los más fieles creyentes.
Aunque resulta cada vez más amenazante, las estructuras políticas, económicas y sociales son tan robustas y están tan arraigadas que parece una quimera poder cambiarlas de cuajo. Desde que existen las sociedades ha habido dos clases de personas, quienes bailan y los que pagan impuestos para que continúe la música. La Fiesta no Se Acaba ni se acabará.