Solidaridad y gratitud al pueblo valenciano
Le he dado muchas vueltas a la cabeza, sobre si hacer o no un artículo en referencia a la catástrofe natural sufrida en la Comunidad Valenciana, el pasado 29 de octubre, fecha que pasará a la memoria colectiva de los valencianos, y también a la de todas aquellas personas que, de una manera u otra, ayudaron y están ayudando como pueden o, en algunos casos, como se les permite, a reparar lo más pronto posible los inmensos daños causados. La DANA se ha llevado la vida de cientos de personas en tan solo horas; ha arrasado viviendas, negocios y ha dejado en la más pura miseria a muchos valencianos, quienes han vivido de primera mano el dolor de ver cómo desaparecían familiares, amigos o conocidos, pero también todo aquello que, con esfuerzo y trabajo, habían conseguido: un hogar, pertenencias y recuerdos.
A nadie deben extrañar los gritos de impotencia, críticas, acusaciones y, en algún caso, descalificaciones o insultos de los afectados, que cuestionan si se podría haber prevenido la magnitud del desastre o si la gestión ha sido o es la más adecuada. Estoy seguro, y no me oculto al decirlo, de que tienen todo el derecho del mundo a levantar la voz, a gesticular con desprecio, a manifestar su enfado y rabia, fruto de su propia desesperación. También es comprensible, pues lo han hecho y lo hacen llorando el fallecimiento de sus seres más queridos o bien recibiendo con los brazos y corazones abiertos a toda la multitud de voluntarios que se han acercado a echarles una mano. No olvidemos que son seres humanos y, como tales, es legítimo y entendible que expresen sus sentimientos, y no se les puede exigir el raciocinio de quienes pueden verlo desde la frialdad y la distancia.
Hoy y ahora, toca estar con los afectados, escuchándolos, abrazándolos, si es necesario llorando con ellos, ayudándoles a reconstruir sus vidas en la medida de lo posible, como lo han hecho y están haciendo mareas enteras
de voluntarios y voluntarias, quienes, dejando sus hogares, trabajos, familias, universidades y zonas de confort, han llegado a los lugares del siniestro, una gran mayoría con el único transporte de sus propias piernas, y que están dando lo mejor de sí mismos, dejándose la piel en el empeño, siendo por ello recibidos con aplausos y lágrimas en los ojos por los afectados. Todos y todas son un verdadero ejemplo de solidaridad, pero me gustaría destacar a aquellos a quienes se les califica como la “generación de cristal”: me refiero a los jóvenes, que han demostrado lo erróneo del calificativo, pues están demostrando con creces que cuando se tienen que arremangar lo hacen sin dudarlo, con la valentía, fortaleza y sinceridad propia de la juventud.
Si algo produce pena, por no decir desprecio, son aquellas actuaciones que, del desastre, pretenden sacar un beneficio, ya sea político o personal. En estos casos, como en la DANA, lo que más se aprecia y valora en las personas o colectivos teledirigidos es el anonimato, la humildad, la sencillez, la generosidad, aquello que conocemos como «que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda». Es lamentable observar cómo el populismo político pretende crear enfrentamientos, con el único fin de sacar tajada del lamentable siniestro, o ver a aquellos que, con su presencia, tratan por todos los medios de erigirse como líderes de un movimiento, algunos sin ningún tipo de pudor, adornando su vestuario y maquillando su rostro con un fresco fango para así poder reflejar en sus redes sociales su hipócrita actuación, no faltando algunos famosos que hacen de su presencia un auténtico postureo. Todo lo mencionado en este artículo no puede ni debe eximir de que se investiguen las posibles irregularidades que se hayan podido cometer y, cómo no, exigir las eventuales responsabilidades a quien las tenga.