Opinió
Populismo en los movimientos políticos
Hace años, un dirigente político de la desaparecida Unió Democràtica me puntualizaba que Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) no era un partido político en el sentido tradicional. Según él, respondía más a un movimiento político surgido de la transición política, liderado, en su caso, por Jordi Pujol. No le faltaba razón.
Los movimientos políticos nacen de una situación política concreta en el tiempo, con un liderazgo específico: lo mismo que CDC emergió de la transición política española, también lo hicieron la Unión de Centro Democrático (UCD) o el Centro Democrático y Social (CDS) de Adolfo Suárez.
También han surgido otros en la reciente historia democrática, como el PODEMOS de Pablo Iglesias, resultado de la crisis económica de principios de la década de 2010, que engulle el movimiento 15-M de 2011 y acaba aglutinando el espacio de la extrema izquierda. Otro de estos movimientos políticos nace de la mano de un grupo de intelectuales que impulsan la plataforma ‘Ciudadanos de Catalunya’.
Más tarde, tras un congreso constituyente, se convierten en formación política, con Albert Rivera como responsable de filas y con la intención de liderar la defensa del constitucionalismo español ante el avance del independentismo catalán. Con el tiempo, hemos podido observar cómo estos movimientos políticos han ido desapareciendo del escenario político, principalmente porque el momento político que justificó su creación se ha disipado, o porque sus líderes fundacionales desaparecen de la primera línea del espacio político.
Cuestión distinta son aquellas organizaciones políticas, conocidas como partidos políticos, que gozan de una gran solera. Se asientan estas sobre unas sólidas bases ideológicas, ya sean de izquierda, como es el caso del PSOE, o de derecha, como ocurre con el PP.
Su fortaleza se fundamenta en unos principios definidos y cuentan con una amplia afiliación de ciudadanos o simpatizantes fieles a los valores de la organización. Los tiempos políticos o liderazgos no resienten la continuidad de su existencia, ya que ajustan sus programas electorales a las exigencias sociales del momento en base a su cimiento ideológico.
En la actualidad, es el tan conocido populismo el que se ha instalado en la sociedad, favoreciendo movimientos políticos donde el denominador común es aprovechar una problemática concreta que despierta un malestar entre la ciudadanía.
Puede ser, por ejemplo, el caso de la inmigración, usada como instrumento para impulsar actuaciones activistas de carácter populista que buscan llamar la atención y las simpatías del electorado, en muchos casos con una enorme carga demagógica.
En la actualidad, el populismo se ha extendido, y podemos encontrarlo en diversos países de la Unión Europea. Ejemplos claros son Alternative für Deutschland en Alemania o el referéndum del Brexit en 2016, pero también, el alza del populismo de extrema derecha que se está instalando en países como Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia.
España no es ajena al populismo. Esto se puede observar en el caso de “Se Acabó la Fiesta”, de Alvise Pérez, un movimiento promovido especialmente en redes sociales y que consiguió tres eurodiputados en las últimas elecciones al Parlamento Europeo. También es un movimiento político el partido de Santiago Abascal, VOX, que no deja de ser una muestra más del populismo importado a nuestro país.
En algunas ocasiones, demuestran actitudes demagógicas incompatibles con el pluralismo político democrático, con el único fin de conseguir sus objetivos. Prueba de ello, muy reciente, es que, pese a criticar la similitud del PSOE con el PP, no dudaron en votar, juntamente con los socialistas, para favorecer la candidata del PSOE a la vicepresidencia de la Comisión Europea. Me refiero a la socialista y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, muy criticada por su gestión, en los municipios valencianos afectados por la DANA, a los cuales no ha hecho acto de presencia, ni tampoco se la espera.