Diari Més

Maria Glòria Rius, barbera

«Ser mujer en una barbería es difícil, siempre tienes que demostrar que sabes bastante»

La propietaria de la Barbería Ríos, situada en la calle Ample de Reus, cogió las riendas del negocio que había sido de su padre, también barbero

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—Cómo fue, que se hiciera barbera?

—Mi padre, que se llama Joan Maria, era barbero. Trabajaba en este mismo local donde estamos ahora, y cuando el propietario se vendió el negocio, el año 1960, él le compró. Se jubiló hace veinte años, y yo, que trabajaba en una peluquería, decidí coger el negocio. Antes sin embargo, estuve dos años aquí con él aprendiendo el oficio, porque no tiene nada que ver con el de la peluquería.

—Qué hace, como barbera?

—Sólo hago señores: afeito, arreglo barbas y corto el pelo.

—Es chocante, para el cliente, encontrarse a una mujer al frente de una barbería?

—Sí, es difícil, porque siempre tienes que demostrar que sabes, y que sabes más que los otros. Y, además, los señores te lo dicen. Los clientes que eran del padre, o sus hijos, ya me conocen, pero a veces los nuevos clientes, al ver que soy una mujer, se quedan parados. Con el tiempo, como ya tengo experiencia, quito importancia y les bromeo. Los digo: ‘no sufran que no los cortaré el cuello, qué cantidad de trabajo tendría, a limpiar tanta sangre...’.

—Usted ha trabajado muchos años como peluquera. ¿La vocación le vino del padre?

—No tuvo nada que ver. Soy peluquera desde los dieciséis años, pero de pequeña ya tenía todas las muñecas ‘tuneadas’: la que no tenía flequillo, llevaba una cola de caballo, y la que, no una media melena. Todavía las conservamos.

—Pero de pequeña debió rondar por aquí. ¿Qué recuerdos tiene, de aquella época?

—Sí, iba en la escuela aquí al lado. Me gustaba el olor que hacía cuando entraba y el padre quemaba el pelo de los señores, porque entonces eso se hacía. También recuerdo que la barbería estaba llena de humo, porque todo el mundo fumaba. Y los clientes venían a pasar la tarde, hacían tertulia y jugaban a ajedrez.

—La moda masculina, con respecto a los peinados, ha cambiado mucho?

—No, los peinados son los que se han llevado siempre. El corte militar, por ejemplo, o el corte que deja el cabello un poco más largo de arriba. Todo va y viene, pero se va repitiendo.

—Cortar el pelo a los hombres tiene su grado de dificultad.

—Es muy diferente. A las mujeres se los corta con la tijera y los dedos, pero a los hombres se los hace con la tijera y el peine. Lo que es más singular es el corte del cogote, que tiene que ser degradado. Con las tijeras queda más bonito que con la máquina, porque lo puedes trabajar mejor.

—Ahora debe ser un momento dulce para los barberos, con tanta barba.

—Las barbas también se han llevado siempre, y ahora se vuelven a llevar de todas las maneras. Quizás, la que menos, es aquella tan fineta que baja desde la patilla.

—Las barberías son un negocio extinto, en Reus?

—No, hay unas cuantas. Aquí en nuestra calle, sin embargo, llegó a haber cinco. Y todas trabajaban. Ahora sólo quedamos dos. En aquella época había sábados que nos tocaban sobre las doce y media de la madrugada, porque los hombres venían cuando terminaban de trabajar, y entonces se quedaban a hacer tertulia. Ahora, en cambio, los sábados son un día flojo, viene más gente entre semana. Como soy muy rápida, incluso tengo clientes que vienen en el tiempo de salir a desayunar.

—La calle Ample, donde tienen la barbería, parece una vía con buena salud comercial.

—Sí, estamos muy bien, porque se han abierto negocios nuevos, y de calidad, como la lechería Armengol, la Casa Almendro, el espacio Jud Joies o el Horno Sistaré. Eso hace que la gente venga expresamente. Además, somos varios comercios que han pasado de padres a hijos, como el mismo horno de pan, la bacaladería o la librería. En la calle Ample estamos contentos, lo más importante es que no se cierren negocios.

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