TRADICIÓN
Reus cabalga al pasado con una Festa dels Tres Tombs que va «a más»
Caballos, jinetes y carros salen del Parc de la Festa y desfilan un año más por un núcleo histórico pleno de gente que anhelaba verles de bien cerca
Era hora de sacudir los sombreros de copa, las barretinas, las boinas, las camisas, las corbatas y los chalecos. Se tenía que vestir de gala para hacer un viaje al pasado, para recuperar las tradiciones que han precedido el mundo urbano. Hace siglos que caballos y humanos colaboran para trajinar, para labrar el campo, para, simplemente, desplazarse. Ayer, no tocaba cabalgar por terrenos áridos, sino que era el momento de lucirse para la alfombra negra del asfalto reusense. Un solo radián daba la bienvenida a la trigésimasexta edición de los Tres Tombs de Reus.
El Parcde la Festa era el primer punto de reunión de los prohombres, atraídos por el aroma que emanaba de las brasas –que no tardaría a mezclarse con un aroma igual de vigoroso una vez los équidos acabaron de digerir su desayuno. La comida popular servía para empezar el día con energía mientras jinetes, animales y carruajes iban emperifollándose y calentando para el gran día. Joan Pujol, de la empresa manresana Pujol Cavalls, era uno de los encargados de haber acercado mulas y caballos a la cita dominical. Hace más de una década que efectúa el recorrido desde el Bages hasta el Baix Camp y asegura que la celebración ha ido «además» en todos los sentidos: en actos programados, en participantes, en público asistente. También cree que ha ido «a mejor». «La gente que ahora tiene caballos es porque los ama. Con la burbuja inmobiliaria, había gente que tenía los animales sólo para tenerlos, para ostentar que se ganaban bien la vida, porque les daban un estatus», detalla a Pujol.
Équidos y humanos no eran los únicos protagonistas del día: las diligencias eran la niña de los ojos de Joan Maria Vilà. Cuando dejó su oficio de albañil, empezó a elaborar versiones en miniatura de los carruajes que más lo fascinaban, como la ambulancia diseñada por el cirujano Dominique-Jean Larrey, médico de las tropas napoleónicas. Con sus propios ojos, ayer vio vehículos que le llamaron la atención y no dudó a inmortalizarlos con una fotografía. «Ya tengo dos o tres apuntados. Esta semana los empezaré a hacer», celebraba. Ya tiene unas ochenta de maquetas elaboradas.
A pesar del ambiente jocoso, no todo eran flores y violas. En las puertas del Parc de la Festa, una quincena de manifestantes esperaban a los jinetes con mensajes como «Por qué no tiras tú del carro»?. «No es cultura; es tortura», empezaron a clamar cuando se sintieron los relinchos. «Los primeros interesados en que estén bien los caballos somos nosotros», respondía Pujol. La situación, asegura, ha cambiado con el paso de los años. «La gente amamucho los caballos, los respeta, los hace disfrutar», considera. También señala que, en la antigüedad, un caballo «trabajaba para mantener a una familia». Ahora, «una familia trabaja para mantener un caballo», concluye.
A pesar de todo, nada frenó el avance de los animales y los carros, sin necesidad de ir ni al trote ni al galope. Desfilaron por la avenida de los Países Catalanes y se dirigieron hacia los arrabales. Al llegar a la plaça del Prim, un gentío los esperaba. La debilidad para ver de cerca los caballos no dejaba libre ningún centímetro. Incluso, dos grupos portadoras de gigantes estuvieron presentes para saludar a los atrevidos jinetes. La plaza de la Puríssima Sang era su destino final. Era la hora de la bendición.