Magda Barceló: «A menudo, el problema que pensamos que tenemos no es el problema real»

El libro explica los casos reales de doce personas. ¿De qué manera estas historias particulares nos pueden ser útiles a nosotros, los lectores?

«El poeta sirio Rumi decía que, si pusiéramos todas nuestras emociones en una mesa, nos sorprenderíamos de ver cómo nos parecemos los unos a los otros. Pensamos que todo lo que nos pasa es especial, pero tenemos muchas similitudes. La idea era compartir estas historias particulares para ir a buscar la universalidad a través de los aprendizajes».

¿Los problemas que tenemos también son similares?

«Los problemas existenciales de las personas tienen relación con la pérdida, la tiranía, la mentira o el engaño, y una mala relación con uno mismo. Algunos son externos, cosas que nos pasan, como nos engañen o nos utilicen, y otros son internos. Por ejemplo, una relación tóxica con uno mismo, o una manera de interpretar la realidad que es sesgada. Eso pasa a menudo, tenemos una forma de conceptualizar lo que nos pasa que perpetúa el problema».

Es lo que en el libro denominas Homus cuentens, por cómo nos gusta montarnos nuestra propia historia...

«Sí, somos seres narrativos y necesitamos historias para entender la realidad, para dar un significado a aquello que hacemos, y superarnos. El problema viene cuando estas historias nos limitan o son falsas. Son historias que nos acaban convirtiendo en víctimas, y esta idea es errónea, porque siempre hay margen de maniobra. Eso, y entrar en contacto con nuestra propia responsabilidad, nos permite salir de estas narraciones».

Uno de los capítulos habla de un hombre que te viene a ver porque quiere cambiar de trabajo. Pero en las sesiones os dais cuenta de que, en realidad, hay muchas otras cosas. ¿Pasa a menudo, eso?

«Pasa a menudo que el problema que pensamos que tenemos, no es el problema real, sino la punta del iceberg. En este caso concreto, esta persona tenía unas heridas por relaciones anteriores que le hacían tener una actitud hacia las mujeres (la jefa, la madre, la hermana...) que le llevaban a tener conflictos. Además de tener una relación muy exigente con él mismo».

En el libro explicas también que el coaching tiene un formato de principio y final, y que el final no es un punto de llegada. ¿Cómo se trabaja, en las sesiones?

«El coaching es un viaje que tiene una duración de seis meses a un año. Con la persona miramos cuál es el destino en función de lo que ella plantea y de mi bagaje como coach. Hay un propósito, que tiene relación en la manera como aquella persona verá la vida cuando se acabe el programa. Entraremos con una actitud de vida y saldremos con otra, como si se hubiera cambiado las gafas».

En tu manual acabas cada capítulo con una pregunta que interpela al lector. ¿Por qué?

«Mi intención es compartir el trabajo, abrir una puerta. Si pregunto, por ejemplo, ¿Qué emoción no me permito sentir?, busco que el lector ponga el foco en aquello y haga un pequeño trabajo de conciencia».

También acompañas cada historia de un poema.

La poesía tiene la capacidad de atravesar las barreras que nos ponemos para no sentir, consigue tocarnos. Y, después, hay poemas que tienen la capacidad de transmitir grandes verdades. Era una cosa que tenía muchas ganas de hacer, eso de casar historias y poesía.

De tu experiencia como coach, ¿qué rasgos crees que nos definen, como sociedad?

«Primero, el de sentirnos víctimas de las circunstancias. También hay un cierto narcisismo, el ponernos en el centro de la vida, pero mal aplicado, de una manera casi infantil. Tendríamos que tener una buena relación con nosotros mismos y tratarnos como personas que apreciamos y respetamos. También hay soledad, pienso que muy vinculada a la revolución digital y a la COVID, y una narrativa social y cultural de angustia por el planeta. De alguna manera, la intención del libro es demostrar que nuestras vidas tienen sentido, que no importa cuántas veces nos equivoquemos, o cómo de perdidos estamos. Siempre podemos volver a empezar, dar un nuevo sentido y ser felices».