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Escapar de casa buscando un futuro

Moha Traoré salió de su país natal, Mali, en el 2016 persiguiendo un destino mejor y ahora trabaja en una crepería en Reus

Traoré, en las instalaciones de la Crêperie Kenavo, donde está «muy contento» con su trabajo.Gerard Marti Roig

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Moha Traoré, de 29 años, es cocinero en la Crêperie Kenavo de Reus. Es el artífice de dos galettes solidarias especiales: una elaborada con ocra, gambas y garbanzos y la otra, con berenjena y ternera. Estaba estudiando castellano en el Mas Carandell cuando, a través de Reus Refugi, le propusieron reunirse con la propietaria de la crepería, Bénédicte Ronco, quien estaba buscando a un nuevo chef. Al día siguiente de la entrevista, Traoré recibió el permiso de trabajo.

Originario de Mali, hacía tan sólo unos meses que estaba en España. Había llegado en el 2018 en las costas de Málaga y lo enviaron a la capital del Baix Camp. Culminaba así un recorrido de más de dos años, a pie, en autobús y en patera, en la búsqueda de un futuro digno. «Allí no hay futuro, he estado dos años trabajando en Argelia y siento que he perdido el tiempo», recuerda.

Traoré se marchó de casa por un desengaño amoroso. «Un día me fallaron», afirma. Él trabajaba de paleta. Su pareja, después de cinco años de relación, lo dejó para irse con un hombre con mayor poder adquisitivo. «Para solucionar este problema, yo también me tengo que marchar», pensó. Hizo las maletas y huyó sin decírselo a nadie: ni al padre, ni a la madre. «No lo habrían querido», asegura.

La primera parada, desde Bamako, fue Gao, en el este del país. En el viaje en autobús, conoció a dos hombres. Ellos se encargarían de buscar a alguien que les ayudara a atravesar la frontera septentrional, hacia Argelia, mientras Traoré se quedaría en un alojamiento vigilando las pertenencias. No sabía que lo acabarían traicionando: acordaron con un tercero que pasarían sólo ellos dos al norte. Traoré se separó y consiguió llegar por su cuenta a El-khalil, un poblado junto al nuevo país. No tenía dinero: lo había dejado todos a los primeros milicianos con los que se tropezó. La fortuna, sin embargo, le sonrió: conoció a una mujer de su región que le alimentó y le ofreció un techo bajo el cual dormir.

Al llegar a Argelia, empezó a trabajar de albañil y la comunión entre los trabajadores le obligó a aprender a cocinar. «Me tocó y me acabó gustando», explica. En Mali, sólo entraba en una cocina para beber agua. Estuvo dos años, pero «no tenía derechos». Los tejemanejes del jefe de obra, que fue a denunciar la situación de irregularidad de la plantilla una vez habían acabado las tareas de construcción, hicieron que tomara la irreversible decisión de reanudar el camino e intentar llegar a España.

Al segundo intento pisó Marruecos. El futuro lo esperaba en el horizonte, pero también la desilusión. Pagó para que le ayudaran a cruzar el estrecho de Gibraltar; su salvador «se comió el dinero». Traoré explicó su situación a un ciudadano de Costa de Marfil, quien se ofreció a prestarle dinero para atravesar el mar y, cuando encontrara trabajo, ya saldaría la deuda. Encontraron a unas personas que querían enviar a dos grupos a la península Ibérica en patera: uno con 45 hombres y mujeres y otro con 55.

Traoré tenía que ir en el primer barco, pero, a última hora, se decidió que tenía que desembarcar y esperar un poco más. «Los del primer grupo, murieron todos en el agua», recuerda. El segundo bote parecía condenado a un idéntico desenlace: se quedó sin gasolina. «Todo el mundo estaba llorando y pensaba que moriríamos», expresa Traoré. No tenía miedo, asegura. El corazón le traicionaba. Salvamento Marítimo los rescató. Finalmente, pudo pisar Málaga. Ocho años más tarde, Traoré volverá, pronto, a Mali. Será la primera vez que vaya después de la aventura y la primera vez que suba a un avión. «Tengo muchas ganas de ver a mi madre», concluye.

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