Carnaval
Cuando un abrigo se convierte en el mejor disfraz por Carnaval
El público prefirió ir abrigado a ver el desfile y entre los grupos destacaban las piezas de cuerpo entero
Tony Tony Chopper llegó ayer a la ciudad y se dejó ver recorriendo las calles más concurridas. Médico de la tripulación de los Piratas del Sombrero de Paja, de la serie One Piece, debió sentirse como si estuviera en su reino de Sakura natal. «Tras los sueños y los anhelos, todos surcamos el viento», empieza la canción de apertura de la adaptación al catalán del anime. Y en la capital del Baix Camp, hubo que surcar las insistentes y gélidas ráfagas de viento que soplaban para llegar al desfile matinal de Carnaval. En esta edición, el disfraz más popular entre el público no fue el de clásicos como Super Mario, Pikachu o Batman, sino una compuesta por un abrigo, unos guantes y un tapabocas. Uno de los grupos participantes en el desfile ya había marcado tendencia: sus miembros iban de esquimales, con una chaqueta bien gruesa. Y a falta de chaquetón, una velluda y suave pieza de cuerpo entero con el patrón deseado era la opción favorita de las comparsas a la hora de transformarse en el personaje con qué fantaseaban. Porque también se podía lucir sin sufrir en exceso.
El viento no era, sin embargo, un enemigo perenne. El aroma de las mandarinas caídas a la calle del Doctor Gimbernat se extendía sin remedio; el confeti removía en pequeños remolinos que se iban formando en medio de la calzada y causaban el deleite de los más pequeños. Porque al fin y al cabo, ellos eran los que más disfrutaban de la fiesta. El desfile matinal tenía un carácter más familiar que la antesala y los vecinos se atrevían a salir al balcón para disfrutar de los atrevimientos y los bailoteos de los grupos. Parecía que, un año más, caía en el olvido la polémica de la tarde, noche y noche de los sábados de Carnaval, donde los residentes en el paseo de Prim conviven con los elevados decibelios de la música: algunos lo toleran, otros expresan su frustración.
Este año, de entre los grupos, era inevitable no poner los ojos Rosa Perkal y la carroza que había venido a «poner luz a la oscuridad». También se iban hacia los simpáticos ajolotes, los melancólicos Teletubbies, la campana Petra Clàudia o los bailarines de cancán. El Circo de Reus anunciaba la actuación de sus recientes incorporaciones, peculiarmente parecidas a concejales del Ayuntamiento. La ruta no estuvo exenta de peligros: al llegar a la plaza de Sant Francesc, uno que estuviera en lo alto de las carrozas —mayoritariamente, los disc-jockeys— tenía que vigilar con las ramas de los árboles.
Con el desfile concluido en la plaza de la Llibertat, la fiesta todavía no se había acabado. Restaba una de las principales novedades: la batalla de confeti, reconvertida en un nuevo desfile, en sentido inverso por la mañana.