Semana Santa
Ni la lluvia agua el anhelado reencuentro
La Virgen de la Amargura y ‘El beso de Judas’ vuelven a cruzar sus caminos en la plaza de Prim en la Procesión de la Amargura
Eugeni Biosca se sinceraba: «Del tiempo, estamos pendientes de eso». Horas antes que la Solemne Procesión de la Amargura completara sus primeros pasos —cortesía de los Armados de la Sangre—, el presidente de la Cofradía de Sant Tomàs d'Aquino había constatado que, si miraba arriba, ya no contemplaba el color azul celeste: lo rodeaban tonalidades de gris cada vez más oscuras. Los peores presagios amenazaban con convertirse en una realidad cuando, dos horas antes de recuperar el tradicional y ensems añorado recorrido, los primeros chaparrones asperjaron Reus. Se tenía que tomar una decisión. Tocado el primer cuarto a las 7 de la tarde, se conoció el veredicto final: la programación continuaba adelante. Lo hacía sin ningún cambio.
Años habían sucedido sin que se pudiera presenciar una de las imágenes más emotivas de la Procesión de la Amargura; la pandemia y las obras del raval de Santa Anna lo impidieron en las últimas ocasiones. Ayer, sin embargo, nada ni nadie podía impedir que la Virgen de la Amargura y el paso El beso de Judas se reencontraran en la plaza de Prim ante la mirada de centenares de curiosos, incluidos el impertérrito general y su caballo. La lluvia tampoco se atrevió a interrumpir el emotivo momento; lo respetó y ninguna gota caer dejó.
Los feligreses, una hora antes del cruce de caminos, dudaban de que el instante que anhelaban presenciar pudiera suceder. Atemorizados por el chirimiri, llegaban con cuentagotas a la Parroquia de Sant Joan para venerar a la Virgen de la Amargura. Fue el vigoroso andar de los Tamborileros de Calanda, con baquetas en la mano y reprimiendo los impulsos de iniciar el repertorio, que dieron la señal inconfundible que la procesión iba a empezar y, también, acabar. En la plaza de Prim, la gente empezaba a acumularse. Cualquier lugar era bueno si permitía tener campo de visión: en primera fila, de puntillas, subido en una farola, subida a los márgenes de la entrada del parking o a hombros. Todo el mundo se puso firme con la llegada de la cohorte romana, que se dirigía a guiar a la Virgen de la Amargura.
En paralelo, en la plaza de la Puríssima Sang, los cuerpos de seguridad se apresuraban a cerrar el acceso de vehículos y Els Estudiants estaban rodeados por decenas de congregantes. El sonido de la corneta marcó el primer vaivén de los armados. Ya debieron soñar con pisar, por fin, el raval Santa Anna, con aspecto renovado. Hacia atrás avanzaba El beso de Judas. Los tambores y el tintinear de las armaduras rompían el tenso y respetuoso silencio imperante.
Los armados que custodiaban a la Virgen de la Amargura fueron los primeros a presentarse en la plaza de Prim. Poco tuvieron que esperar para reunirse con sus compañeros. Eran dos los pasos que tenían que proteger y tocaba cambiar de formación: en fila de cuatro. Les cofradías y los pasos les sucedieron y, hacía rato, retronaba por la calle Llovera la acción de los Tamborileros de Calanda. Al personarse en la confluencia de los dos trayectos, la estupefacción fue generalizada: costaba creer la coordinación con que tocaban y el aguante de sus músculos. Una tamborilera júnior captaba la admiración y los mimos verbales de los asistentes. Cuando la representación de la Agrupación de Asociaciones de Semana Santa giró hacia el raval de Jesús, los curiosos se disgregararon al instante. Algunos corrieron hacia la Parroquia de Sant Francesc para presenciar los últimos compases de pasos y timbales.