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Fiestas

El 58.º Aplec Baix Camp desafía la lluvia y llena Reus de sardanas y tradición

A pesar del cielo nublado, la Cobla Reus Jove y la Cobla Juvenil de Sabadell animaron una jornada marcada por las danzas, homenajes y actividades familiares

Imatge de l'Aplec Baix Camp

Imatge de l'Aplec Baix CampGerard Martí

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La lluvia parecía haberse propuesto el pérfido objetivo de arruinar la fiesta. Siempre es bienvenida, o eso dicen, porque en realidad lo es casi siempre: cuando obliga a cancelar los actos, el agua cuece. El domingo se levantó gris, con la cabeza nublada; no tenía las ideas claras. Charcos en tierra y el chapoteo del caminante que intentaba saltar las baldosas desvergonzadas que buscaban salpicarlo dibujaban un panorama melancólico.

Paseo de Misericordia arriba, se oía el canto de los pájaros, y prácticamente nada más. Al llegar al Santuario, reinaba la tranquilidad. Cierto punto de parsimonia. Calma. Los presentes en el parque degustaban un desayuno. Los músicos llegaban, sin prisa, sin resoplar. El reloj parecía haberse detenido.

Y es que, al llegar a las 10.30 horas, con puntualidad suiza, la Cobla Reus Jove empezó a entonar Matins de sardana, de Jordi Molina. Tres personas se cogieron de las manos y puntearon la primera sardana. Daban el pistoletazo de salida al 58.º Aplec Baix Camp. Con Potxons, de Ferran Carballido, ya eran ocho danzando. Desde Móra d'Ebre, desde la Ràpita, no era un encuentro exclusivo para los reusenses. De hecho, la tercera tonada no la interpretó la Reus Jove. Era el turno de la Cobla Juvenil de Sabadell. Apropiadamente, Sabadell, de Joaquim Serra, fue la pieza con que empezaron su recital.

Había de todas las edades. Los primeros en unir manos lucían cabelleras plateadas que desafiaban unas nubes a que resistían, amenazadores. Las escuelas llegarían más tarde para poner en práctica todo aquello que habían aprendido. Así y todo, desde primera hora, los más menudos se dejaron ver.

Con los ojos vidriosos, un niño se emocionaba al ver que, por la puerta del parque del Santuario, entraba la Cucafera, invitada de honor al Aplec Baix Camp. «¡Hola, Cucafera!», la saludaba su madre. «¿Que bailará?», le preguntaba. El menor no dudaba: sí, y quería estar en primera fila. Al bajar de su carruaje, la Cucafera se emperifollaba para estar lista para sus primeros bailes del día. Paralelamente, poco más allá, un joven se deslomaba a derrotar un gimnasio a la aplicación móvil Pokémon Go. Y uno segundo acto seguido. A pocos metros de distancia, había aparecido el legendario Groudon. Se tendría que esforzar de lo lindo por amistarse con la bestia.

El Aplec Baix Camp no sólo consistió en bailes y desayunó. También sirvió para homenajear a Josep Maria Baiges, dibujante, músico y compositor de sardanas, en el centenario de su nacimiento. Una exposición relataba la historia de los Aplecs de Paretdelgada. Había estands de revistas en catalán, un espacio de lectura, uno de ajedrez.

Como no podía ser de otra manera, los dirigentes políticos de la ciudad se acercaron a saludar a los participantes y los desearon una buena jornada. Incluso, alguno se animó a lanzarse, enlazarse y bailar una sardana, poniendo a prueba su coordinación. Fue el caso del concejal Josep Baiges, que no desentonó en absoluto.

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