Navidad
La luz de Navidad ya late en Reus
Reus da el pistoletazo de salida a la Campaña de Navidad con el encendido del alumbrado
Dice la leyenda que Navidad descansa dentro de cada uno de nosotros. Es mucho más que una fiesta: es un sentimiento, es luz. «La noche es oscura, pero dentro nuestro late la luz», resonaba por la plaza del Mercadal. Pum-pum, pum-pum. Se estaba despertando. Los latidos del espíritu navideño percutían en el interior de cada reusense. Pum-pum, pum-pum.
Esta milagrosa luz, que emana de la voluntad y los sueños, era el combustible del enorme abeto que preside el ágora. Sólo con el esfuerzo de todo el mundo brillaría con su pleno esplendor y alejaría la oscuridad. El primer intento no fue satisfactorio. El segundo, se quedó a las puertas, pero no llegó bastante energía a la estrella.
La esperanza no se perdió. Cuando, por fin, el árbol de Navidad se iluminó y demostró su amor por Reus, las ovaciones bramaron al unísono. Música de cuerda sonó, las ondas danzaron por las fachadas, y un castillo de fuegos serían la antesala al estallido final con Mariah Carey: All I Want for Christmas is You.
Con el alumbrado encendido en todas las calles y los diamantes brillando como nunca, los ojos se trasladaron, rápidamente, a la plaza de la Llibertat. Acceder, sin embargo, era una odisea. Centenares de personas habían presenciado el espectáculo: junto al abeto, delante del Ayuntamiento, bajo los porches de la Casa Navàs, desde el interior de un bar o un restaurante.
Cada centímetro era ocupado por una personita y los movimientos eran limitados. Los cochecitos de bebés ya habían provocado más de una disputa verbal —se repetía el mantra que tendrían que estar prohibidos en actos de esta índole— y la claustrofobia había obligado a más de uno a retirarse antes de tiempo sin haber visto cumplido el sueño de presenciar el encendido con sus ojos.
Al empezar la operación salida, un tapón se formó en las calles de Monterols y de Jesús. Avanzar era misión imposible. Calles alternativas, como la del Metge Fortuny, se convirtieron en vías de escape. Sin embargo había que llenarse de paciencia, resistir empujones y, quizás, también un desacertado codazo.
En la plaza de la Llibertat, el mágico espacio Un Nadal Rodó acababa de ser inaugurado y, de la mano de los cuentos —y un Pitufo travieso—, invitaba a los asistentes a transportarse a mundos mágicos. O, simplemente, a viajar por los sueños. Las cuidadas ilustraciones de los relatos maravillaban a pequeños y grandes, pero no eran las únicas atracciones.
Los más traviesos se entretenían abriendo los cajones del calendario de adviento, todavía aparentemente vacío, escondiendo las sorpresas incluso delante de nuestros ojos. La joya de la corona se encontraba en la otra punta del campamento. Había cola para cruzar la gigantesca esfera de luz y color. Ahora azul, ahora azulgrana, ahora lila... Era decreto fotografiarlo por fuera, por dentro, un selfie, y por fuera otra vez.