Entrevista
Antoni Veciana: «El catalán estándar nos hace perder la conexión con otra gente que también habla catalán»
El escritor reusense es finalista en el Premio Òmnium a la Mejor Novela del Año
La protagonista de Dolça a la Torre de Fang es la condesa Dolça de Provença, tercera esposa de Ramon Berenguer III. ¿Por qué la escoges a ella?
«De hecho, a la protagonista la encontramos en el subtítulo. Es la Torre de Fang o, directamente, el barro. Dolça se encuentra dentro, pero no es la única. Su esclava y otros personajes que van apareciendo también están dentro del barro».
Háblame pues de este barro que lo impregna todo, hasta el punto que yo, como lectora, he tenido la sensación de sentirme también enfangada.
«Esta era la sensación que quería transmitir. Nos pasa a todos, que vivimos momentos malos de los que no sabemos cómo salir. Con mi anterior novela, Nicolau, que pasaba dentro del agua, teníamos la vista distorsionada. Ahora, dentro del barro, no tenemos sentidos. No vemos, no oímos, no podemos respirar... También quería explicar que, aunque estemos hasta la coronilla de barro, intentamos ser felices. Eso les pasa también a los personajes, que aunque no puedan salir del barro, buscan esta felicidad».
Cada uno la busca a su manera. Dolça se empodera en una época en que eso no es muy habitual.
«Dolça es una mujer provenzal que tiene poder, pero cuando llega a esta tierra de frontera lo pierde, baja de escalafón, siendo la degradación de la mujer. Ella buscará recuperar lo que le corresponde y, visto así, quizás sí que hay un empoderamiento femenino, pero en realidad la novela quiere ser una historia de empoderamiento humano: otros personajes masculinos también buscan salir del lugar donde se sienten sometidos».
La historia se va entrelazando con una serie de rondallas. Es un libro con mucha oralidad.
«Encuentro que las rondallas y las leyendas nos explican. Explican las pasiones humanas, que siempre son las mismas. Con la mitología pasa lo mismo, pero yo, en lugar de coger mitos clásicos, me remito a mitos catalanes, que quizás no han tenido tanto de éxito, pero que nos sirven para explicarnos. Mi trabajo es buscarlos, identificarlos, descodificarlos y volver a codificarlos. Eso es lo que he hecho. Suena un poco técnico, pero sería como explicar cuentos de antes que todavía tienen sentido: La Caperucita roja, si no haces la versión de Disney, todavía tiene sentido».
También se aprecia mucho cuidado por el lenguaje, que no busca el estándar, sino el tarraconense. Me ha gustado mucho este demonio que dice xec. O encontrar la palabra norris, que la decía mi abuela.
«Es curioso, porque cada uno me destaca palabras diferentes. Me sirve para conectar con los lectores, sobre todo con los tarraconenses, pero no son los únicos. Cuando fui a Menorca con Nicolau, les llamaba la atención que había palabras que las decían igual. Lo estándar nos hace perder la conexión con otra gente que también habla catalán».
Has recibido muy buenas críticas.
«Eso me hace sentir contento y orgulloso, y me hace pensar que quizás sí que sirvo para el oficio. A veces pienso que eso mío, por cómo lo planteo y lo construyo, es una marcianada. Me he alejado de todo lo que había aprendido para encontrar mi voz, pero me siento entendido y valorado. Tenía una segunda novela, pero la dejé para hacer esta, precisamente porque había encontrado mi voz. Ahora la he recuperado, pero la estoy cambiando absolutamente. Podría seguir haciendo Nicolaus y Dolces, porque las rondallas no se acaban, pero ahora me apetece hacer alguna cosa un poco diferente. Y no quiero aborrecer al lector, tampoco».
Dolça me hizo pensar en Junil a les terres dels bàrbars, de Joan-Lluís Lluís.
«Sí, el detonante de escribir, y de saber que se podía escribir así, fue una novela suya anterior, El dia de l’ós. Para mí, Junil empezó con esta otra novela, y el mismo Joan-Lluís Lluís me lo confirmó. Después, también me pasó una cosa parecida con Canto jo i la muntanya balla. Lo que parecía que era una cosa muy extraña, como hacer hablar una seta, resultó que la gente lo compraba y lo leía, y tuvo éxito. Escribir para cuatro colgados no tiene sentido. Escribimos para ser leídos».