«De repente, el mundo en que vivíamos se hundió»
Hace doce años, los vecinos de la calle Comte se tuvieron que marchar de casa
El 2 de febrero del 2005 –el jueves de esta semana se complicarán doce años–, las casas de la calle Comte empezaron a moverse, ceder. La rotura de una cañería del alcantarillado público fue la causa, aunque en los primeros días el Ayuntamiento lo negó. Los vecinos de esta calle y de la plaza del Pañol tuvieron que abandonar sus casas y ser realojado en hoteles. Algunos tardaron seis meses en volver a sus domicilios. Durante semanas, los vecinos temieron por sus casas. De hecho, dos fueron demolidas a petición del propietario. Seis días antes, el hundimiento del terreno en el barrio barcelonés del Carmel, a causa de la construcción de un túnel del metro, generó una gran alarma en Cataluña. Los vecinos de la calle Compte pensaban que alguna cosa similar sucedería a la Parte Alta. No iban equivocados.
La situación producida el 2 de febrero se complicó al día siguiente. Empezaron a aparecer grietas a las casas. Aquella semana, aumentaron, como también lo hizo el temor de los vecinos a perder sus casas, las cuales hicieron un frente común para batallar contra el Ayuntamiento y, más tarde, contra la Generalitat, para llegar a un acuerdo y solucionar la problemática. La unión fue tal que, meses después, un grupo de vecinos convencidos de que tenían que hacer alguna cosa en agradecimiento al apoyo recibido por los tarraconenses, crearon la Cerveza Rosita.
El consejo plenario del Ayuntamiento aprobó el 18 de noviembre del pasado año incoar expediente para otorgar el diploma al mérito cultural a la Asociación de Vecinos Calle Comte y plaza del Pallol–Pilons Street. Este puede ser el final a un mal sueño que persiguió a los vecinos durante más de medio año.
Entre los afectados por el movimiento de las viviendas y la aparición de las grietas se encontraba Gabi Coy, quien en la actualidad sigue perteneciendo a la junta de la asociación de vecinos. Coy recuerda que «todo acabó con un pacto y recibiendo una subvención por arreglar los desperfectos, a cambio de asumir nosotros los costes».
Coy y su familia siguen viviendo en la plaza del Pañol. De aquellas semanas en que sus casas peligraban, recuerda «la unión de la gente. Los vecinos hemos ido además, nos interesamos por mejorar todo el barrio y entre las cosas que quedaron de aquellos días están los pilones, tan conocidos en Tarragona».
La familia de Goy pasó tres meses en un hotel de la plaza de la Fuente. «Mi hijo suspendió cuarto de ESO, repitió curso y tuvo que asumir toda la problemática. Hoy, es el tesorero de la asociación de vecinos. «La situación que vivimos fue muy fuerte. No sabíamos qué estaba pasando. De repente, el mundo en que vivíamos se hundió. Estábamos fuera de casa. Muchas personas, niños, gente de edad adelantada, tuvieron que hacer las maletas. Nadie comprendía nada. Al principio, alguien dijo que el problema de la rotura del alcantarillado era por el tipo de detergente que utilizábamos para lavar la ropa. Nos sentíamos abandonados». Coy recuerda que «en los primeros días el Ayuntamiento no quiso asumir su culpa. Aquel sufrimiento sirvió para que ahora tengamos una calle nueva y para reparar otras calles del barrio, pero no podemos olvidar que estuvimos tres meses fuera de casa. Otras personas, como el fotógrafo Pep Escoda, tardaron seis meses en volver a su domicilio».
En los primeros días, se detectaron grietas en cinco inmuebles. Poco después, en la mayoría. La alcantarilla que reventó pasaba justo por el centro de la calle. Los edificios, antiguos, no tenían una cimentación moderna y las estructuras se sustentaban en la roca. El agua de la cañería y los residuos se colaron en el subsuelo, erosionándolo.
En aquellos días, Coy se lamentaba de que «el Ayuntamiento no nos haya facilitado ninguna información sobre los motivos de la rotura de la cañería y no se ha tomado de verdad este asunto».
El entonces alcalde, Joan Miquel Nadal, hizo una inspección ocular en la zona y manifestó que la cañería central «está muy entera» y que «los edificios se mueven hacia abajo». Sus palabras no gustaron al colectivo de afectados. El movimiento de las casas fue además y los edificios fueron apuntalados. Los testigos de yeso colocados por técnicos municipales se rompieron. Era la evidencia de que las grietas iban además, un hecho que negó al Ayuntamiento, administración en la cual le costó asumir y aceptar la realidad de los hechos.
Después de mucho batallar, empezaron a producirse los primeros acuerdos y se inició una intervención en las casas afectadas. Setenta y cuatro días después de haber sido desalojados, los primeros 19 vecinos volvieron a casa. El desalojo se había ordenado el 3 de febrero, sólo un día después de la aparición de las grietas. La vida volvía a la normalidad, pero el recuerdo del sucedido permanece intacto en la memoria de los que lo sufrieron.