La evolución de la educación a través de la experiencia de seis maestros
Docentes del colegio El Carme de varias generaciones hablan sobre el presente, el pasado y el futuro
Sentamos en la mesa a seis profesores de varias épocas del ya centenario colegio El Carme de Tarragona, para hacer una radiografía del pasado, el presente y el futuro de la educación, el imprescindible motor de una sociedad. Sólo empezar, la hermana Enélida –como todo el mundo la conoce en el centro–, con 58 años de docencia en su currículum, intenta dejar una cosa clara: «Siempre hemos buscado educar en valores, para crear personas honestas, respetuosas, solidarias, tolerantes e íntegras. Yo quiero maestros, no profesores. Un maestro educa y forma a la persona, un profesor se limita a enseñar. Es una cosa que me preocupa, porque creo que se está perdiendo a la sociedad».
A su lado, Magdalena Esteban y Montserrat Herranz, las dos primeras profesoras que entraron en el centro sin ser monjas, a finales de los años 60. Había situaciones un poco complicadas, porque algunos padres decían que, si llevaban a las niñas a un colegio de monjas, era para que les dieran clase ellas. Recuerdo que me tenía que intercambiar de curso cada día con una hermana, para que todos tuvieran religiosas en clase», explica risueño Herranz. Esteban recuerda que, en aquellos primeros años, las aulas estaban muy masificadas, y llegaban a tener hasta 45 y 50 niñas a cada clase.
El barrio del Puerto casi no existía como tal. Lo que ahora es la superpoblada calle de Jaume I, antes no era más que campo, de aquí que los serrallencs se sintieran exactamente fuera de casa cuando estaban en el centro de la ciudad, un hecho que Herranz ilustra con una anécdota: Una vez, un alumno me dijo que no había podido hacer los deberes porque había tenido que ir a Tarragona, y yo le pregunté: ¿y dónde estás ahora sino? ¡En el Serrallo!, respondió». Los seis maestros ríen. Como esta anécdota, tienen a centenares, ya que, por sus manos, han pasado miles de niños y muchos los siguen recordando, incluso, en las situaciones más inverosímiles: «Un día mi hijo tenía mucha fiebre y yo llamé a la mutua para que viniera un médico a casa a visitarlo. La operadora me respondió: no se preocupe señorita Magdalena de que le enviemos a un doctor rápidamente. ¡Me quedé sorpresa, me había reconocido sólo por la voz»!, recuerda risueño a Esteban.
De los años 70 y 80 las maestras rememoran el fuerte vínculo con los padres. Guash explica que iban todos a una, «te daban mucho apoyo, teníamos una gran relación con ellos. Incluso, organizaban excursiones con nosotros». En la actualidad, los nuevos padres también se quieren involucrar. Es una tendencia que ha detectado, especialmente en los últimos años, Grifoll, la jefa de estudios de Educación infantil: Nos encontramos familias que te piden que los expliques absolutamente todo lo que hacen a sus hijos y que te preguntan si pueden venir a participar de alguna actividad con ellos. Hemos visto que les encanta y hemos ido implementando». Recientemente se han creado unos talleres los viernes por la tarde y, desde este curso, se ha permitido a los progenitores participar de los preparativos del Carnaval.
Llegan los robots al aula
En Educacció Infantil está donde se están introduciendo los cambios más notables en la forma de aprender. El centro ha adquirido varios robots a fin de que, jugando, los pequeños mejoren sus capacidades motrices y al mismo tiempo aparezcan los números y las letras. «Tenemos unas plantillas con recuadros y ellos tienen que saber qué movimientos le tienen que ordenar en el robot para que llegue», apunta a Grifoll. «Estamos en la era digital y la escuela se adapta», dice Solé, el hasta ahora director. De hecho, algunos padres se quedan sorprendidos al visitar las aulas y comprobar que la tradicional pizarra, va cediendo el protagonismo a la digital, con una infinidad de posibilidades. Las hermanas fundadoras del colegio a buen seguro que se quedarían alucinadas si supieran que aquel pequeño piso que adquirieron en una casa de la calle del Mar, encima de una bodega, hace 101 años, para fundar una escuela y un hogar de acogida para los más necesitados, se ha convertido en un gran edificio nuevo, que ocupa toda la isla, dónde estudian a más de 600 niños que conviven con robots y pantallas que responden al tacto. «Pero siempre manteniendo el carácter familiar que nos caracteriza», añade la hermana Enélida.