«El tarraconense es durísimo con su ciudad, un hecho que he visto en pocos lugares|sitios»

—¿Cómo reaccionó cuando le propusieron ser el pregonero de Santa Tecla?

—Cuando me lo dijeron, pensé que era lo más grande que me ha pasado nunca. No puedo decir nada más. Fue absolutamente inesperado, muy emocionante. A Woody Allen -Amiguet lo ha entrevistado en siete ocasiones–, un día le hice una broma para crear un ambiente de intimidad y le dije que, como me tenía que casar, me diera un consejo. Para encontrar a la persona adecuada, o suena la música o no suena, me dijo. Y con Tarragona me pasa lo mismo. Si suena la música, te enamoras; es lo que me pasa con mi ciudad.

—¿Es una cuestión de química?

—Si no tuviera química con Tarragona, no vendría a menudo, como lo hago. Aquí vive mi madre y tengo casa porque la ciudad forma parte de mi vida. Hacer el pregón es poner letra a la música de que me hablaba Allen.

—¿Hasta qué punto es un compromiso que lo obligará a dar vueltas al guion?

—Reconozco que me asusté cuando me llamaron de la Alcaldía para decirme que querían que fuera el pregonero de Santa Tecla. Optaré por la sencillez y la autenticidad, para hablar con naturalidad de mi experiencia en Tarragona.

—¿Cómo define su ciudad?

—Es una ciudad hipercrítica con ella misma. Eso no le pasa a Barcelona. Tarragona con lo bonita que es, no se valora suficiente. El tarraconense es durísimo con su ciudad, un hecho que he visto en pocas ciudades del mundo. Cuesta mucho que los tarraconenses farden de su ciudad. En sitios como Nueva York es todo lo contrario, a pesar de su caos. Somos la Imperial Tarraco y eso hace que seamos exigentes.

—¿Esperaba que un día lo llamaran para pedirle que hiciera el pregón de las fiestas patronales?

—Los que somos de Tarragona esperamos menos que nos llamen para hacer el pregón. Tarragona tiene un ritmo y una manera de hacer muy especial. Es parte de nuestro encanto como tarraconenses.

—¿Qué piensa de la ciudad actual y de su evolución?

—Tarragona trasciende sus límites; es metropolitana. Su nombre da nombre, también, a un territorio. Es una capital simbólica y de futuro importante. Soy optimista con aquello que tiene que pasar. Vendrán más inversiones como Port Aventura o Ferrari Land. Esta zona está llamada a ser el Orlando de la Unión Europea, y no hago volar palomas.

—¿Qué consejo daría a Tarragona?

—La ciudad, pura y dura, tiene que hacer como otras del estilo de Donostia, una ciudad con mucha calidad de vida, buena restauración y mucha actividad cultural. Tarragona tendría que ser una capital así, y en la cual se combine la industria y el ocio. Tarragona es una gran apuesta, pero no está puesta en valor. Todavía le falta creer más en sí misma en las posibilidades, que són una enorme realidad.

—Su padre, a quien muchos conocíamos como Don Vicente, también fue periodista. ¿Cómo le influenció?

—A mi padre le gustaba mucho el trabajo en redacción, el contacto con sus compañeros. Yo soy un animal de calle. Él era feliz hablando de periodismo, explicando batallitas a los periodistas más jóvenes. Coincidí con él en una redacción y supe que el periodismo te permite conocer a mucha gente, de todo tipo, que te hacen oír de todo: es superexcitante.

­—¿Dar clase en la URV le permite mantener un contacto directo con Tarragona?

—Sí, es una forma más de vincularme a la ciudad. Cuando vengo a dar clase me quedo a dormir en casa de mi madre.

—-¿Qué le falta a Tarragona?

Por su peso, a Tarragona le falta un auditorio, un gran edificio simbólico.