Rosa Maria Almagro: De Vila-seca a Stuttgart (Alemania)
«Tenemos la competencia de los alemanes sobrevalorada o nosotros nos despreciamos»
Esta ingeniera técnica en electrónica se marchó a Stutgart en 2011 y, de momento, no tiene intención de volver ya que se ha adaptado a la perfección
Rosa Maria se trasladó a Alemania en 2011 buscando un cambio. A pesar de que, los comienzos requirieron un gran esfuerzo ahora no tiene intención de marcharse. Se ha adaptado y ha creado su familia en la cual su hija crece hablando tres lenguas con naturalidad.
—¿Qué motivos la llevaron a marcharse de casa para ir a vivir en el extranjero?
—Siempre había tenido la inquietud de vivir en el extranjero, pero por circunstancias no lo hice. En el 2011, la crisis económica ya hacía mucho tiempo que estaba y no había previsión que cambiara a corto plazo. Como ya llevaba once años en la misma área, me presenté por una plaza dentro de la misma empresa Mahle, pero en Stuttgart.
—¿Cuál fue su primera impresión del país al llegar?
—Ya conocía Stuttgart de viajes de empresa y reuniones anteriores, siempre de visita y con colegas de trabajo. Sabía un poquito de alemán, pero no lo suficiente como para mantener una conversación fluida. Fue muy importante venir en junio, ya que los veranos son muy diferentes y la adaptación fue durante la época buena.
—¿Fue muy sorprendente el cambio o fue, más o menos, tal como se lo había imaginado?
—En Stuttgart y especialmente en la empresa Mahle ya había unos cuantos españoles, pero mi intención era socializarme con los alemanes. Lo intenté durante dos meses, pero me fue muy difícil entrar en el círculo de amigos alemanes, así que decidí que quizás tardaría más en aprender el idioma, pero también disfrutaría la vida con el resto de expatriados. Ahora tengo aquí una segunda familia de españoles.
—¿Cuáles son las principales diferencias entre Stuttgart y su casa?
—Los horarios y hábitos alimenticios ya lo sabe todo el mundo, ¡un desastre! Lo que sí me resulta sorprendente son las viviendas. Y es que están construidos para dejar pasar la máxima luz posible: grandes ventanales, balcones y puertas y cortinas traslúcidas... Expones tu vida sin problema a los peatones, incluso alguna ducha con cristales ahumados que se ve desde fuera.
—¿Cuáles son los lugares más característicos de su nueva ciudad de acogida?
—Stuttgart es una ciudad industrial, pero al mismo tiempo está en la región de la Selva Negra y está tocando a Suiza. Hay muchísimas zonas verdes, parques, lagos, zonas de picnic. Pueblos con castillos (Hohenzoller, Ludwigsburg), o con las característica arquitectura de la Alsacia. ¡Tienen muchísima viña subiéndose por la montaña y en plena ciudad! Aquí hacen también la fiesta de la cerveza dos veces al año, en abril y en septiembre. Si queréis venir, no tiene nada que envidiar a la de Munich, se llama Canstatten Wasen.
—¿Qué destacaría de la manera de trabajar del país?
—Creo que, en general, tenemos la competencia de los alemanes sobrevalorada o quizás nosotros mismos nos despreciamos. ¡Yo, personalmente, sí que he aprendido a organizarme mejor el trabajo y a planificar el trabajo pero la grande diferencia son los horarios y la conciliación familiar!
—¿Se educa diferente a los niños? ¿Encuentra diferencias culturales?
—Sí, todos los amigos que ya tienen niños más mayores coinciden. Por una parte, hay más seguridad y ves a niños pequeños que ya van solos a la escuela en transporte público. En los parques infantiles pueden tener columpios con neumáticos, tirolinas, redes, parece más un campo de entrenamiento. En general, parece que no están tan sobreprotegidos como en Cataluña.
—¿Alguna experiencia que ha vivido desde que llegó y que quiera destacar?
—El primer invierno: llueve por la noche, hiela de madrugada, las calles son una pista de hielo... ¡resbalón y brazo roto! También estuve dos años viviendo sola y durante dos meses recibía, cada jueves, rosas en la puerta del piso. Nada del otro mundo, pero daba miedo más que gracia.
—¿Tiene intención de volver pronto o de momento no?
—De momento no, así nuestra hija puede educarse con tres lenguas sin esfuerzo.