Ignacio Morgado: Director del Instituto de Neurociencia de la Universitat Autònoma de Barcelona
«La gente que odia está constantemente buscando otros que odien lo mismo»
Ignacio Morgado impartirá la conferencia ‘L’odi i la vanitat’ hoy a las 19h en el CaixaForum de Tarragona, en el marco del ciclo ‘Emocions corrosives’
—El odio es una de las emociones más extremas de los humanos?
—Sí, sin duda. La única emoción que puede ser peor es la codicia. Pero hoy día la codicia no se practica igual que en tiempos ancestrales, cuando llevaba al imperialismo y a la esclavitud, a la dominación de los pueblos. Esta fue la peor de las emociones corrosivas en tiempos antiguos. Ahora el odio es peor, porque la codicia ya no se practica de una manera tan violenta.
—Aparte de los posibles factores desencadenantes, ¿qué factores de nuestra personalidad o de nuestro entorno nos hacen más propensos a sentir odio?
—Yo soy neurocientífico. Hoy día sabemos muy bien que el cerebro es un órgano que puede cambiar mucho, y eso me ha llevado a pensar que el factor más importante es la educación. Eso no quiere decir que no se pueda tener una propensión a desencadenar emociones negativas contra los que son diferentes. Posiblemente tiene un origen en razones ancestrales. Cuando nuestros antepasados, que no tenían bastantes recursos para la supervivencia, veían llegar a otras personas, lo vivían como una amenaza, y en aquellos ambientes quizás se desarrolló algún tipo de genética que hacía propenso a la gente a alejarse de los que eran diferentes. Pero hoy día eso ha cambiado mucho, porque el cerebro ha desarrollado la parte de la razón, la corteza cerebral, y esta es absorbente de la educación. Por eso la educación puede conducir al odio, crear prejuicios, fobias y filias, incluso contra cosas que ni siquiera conocemos de manera directa.
—¿Entonces, el odio se puede prevenir?
—Esta es la buena noticia. La educación que no incite al odio, a buscar la confrontación, será preventiva. Eso no quiere decir que el odio se elimine de la sociedad: los humanos tenemos muchos motivos de confrontación en la vida diaria, en el ámbito familiar, social, lúdico o político. Y tenemos una educación muy propensa a la comparativa, al ‘yo versus el tú’, al ‘mío versus el tuyo’. La comparativa ha sido una fuente de progreso pero también de confrontación. Como neurocientífico que también explora el mundo de la educación, tronco muy partidario del auto competencia, más que de la competencia con los otros, que suele ser fuente de enfrentamientos, envidias y odios.
—¿El odio tiene la necesidad de ser compartido?
—Absolutamente. Cuando odias en solitario tienes la duda de si tu odio está justificado. Si encuentras gente que odia lo mismo que tú, tu autoestima no se ve dañada, porque lo que sientes es compartido. Por lo tanto, la gente que odia está constantemente buscando otros que odien lo mismo, y eso les hace sentir mejor.
—Pero el odio es una fuente de malestar para la persona que odia.
—Sí. No tenemos que olvidar que el odio es una emoción negativa, corrosiva cuando se instala en la vida de una persona. Cuando se odia, lo que se ve perjudicado no es el odiado, sino el odiador. Cuando el odio es un ‘modus vivendi’ daña el sistema inmunitario, el sistema cardiovascular, en el cerebro y las neuronas. Es una fuente de estrés.
—¿El odio es justificable en determinadas circunstancias?
—Yo no diría nunca que el odio es justificable. ¿Cómo tiene que ser justificable una cosa que te hace daño? Ahora, explicable sí que lo es, en el sentido de que a nuestra sociedad hay muchos motivos para odiar, y muchos son inevitables. El odio es una emoción y como tal se nos impone. Según la psicología, una de las cosas más odiadas es la expareja. Estoy seguro de que en algunos casos tiene una explicación, pero en la mayoría es un odio irracional, no encontrarías una razón clara y contundente para seguir odiando a una persona que ya no forma parte de tu vida.
— ¿Qué le parece que el odio esté tipificado como un delito?
—Es correcto. Por una razón: el odio no lo podemos evitar, se nos impone como todas las emociones. Pero nuestra reacción ante esta emoción sí que la podemos controlar. El código penal condena el hecho de que, si tienes más de una opción de actuación, hayas optado por la mala. La culpabilidad no está a odiar, sino en matar porque odias.