«Lo que da más quebraderos de cabeza a los socorristas es la disputa con el usuario»

—Cuántos efectivos tienen trabajando este verano en las playas de Tarragona?

—Somos una plantilla de 51 personas, con 39 socorristas acuáticos, 4 patrones, 3 técnicos de ambulancia, 2 teleoperadores de telecomunicaciones y 2 coordinadores.

—Antes de empezar la temporada hicieron un llamamiento para conseguir a 150 socorristas para playas y piscinas de toda la demarcación. ¿Ha podido llenar todas las vacantes?

—Estamos muy satisfechos porque hemos cubierto todas las plazas. Pero no sólo por eso, sino también porque nos hemos encontrado con un boom, muchos socorristas que han venido a trabajar con nosotros después de estar en otros servicios o entidades. Nos han dicho que, comparados con otros lugares, nuestras condiciones laborales y la calidad del servicio son muy buenos.

—Cómo es el trabajo del socorrista de playa?

—podemos hablar de dos vertientes. Uno es el que ve al usuario, un socorrista que está en la playa, pasea arriba y abajo, y que parece que sólo tome lo suele. Eso es lo que menos nos gusta, aunque en parte está bien que sea así, porque nos ven haciendo el trabajo. Pero también trabajamos mucho en la sombra, dando mucha acción preventiva, informando al usuario, cerrando zonas de peligro para evitar tener que hacer rescates, trabajando para que las playas estén bien limpias|netas, informando al Ayuntamiento de puntos de que pueden ser peligrosos... En definitiva, haciendo mucho trabajo para evitar tener que hacer actuaciones.

—Cuál es el perfil de los socorristas de la Cruz Roja?

—Muy variado y, además, ha ido cambiando los últimos años a causa del cambio de normativa. Hasta hace poco, el perfil mayoritario era un socorrista de 21-24 años, estudiante de alguna carrera, que habían hecho un curso de socorrismo acuático, y mientras finalizaba sus estudios pasaba los veranos aquí. Ahora tenemos mucha gente que ha hecho un grado medio o incluso superior de Salvamento y socorrismo, y que ya enfoca su vida profesional en este ámbito.

—Hablamos de las playas de Tarragona. ¿Qué os da más quebraderos de cabeza?

— La disputa con el usuario. Hay usuarios que no hacen caso o que no entienden el motivo de algunas prohibiciones. Imaginamos un día que no tenemos bandera roja, pero sí que hay una bandera amarilla un poco complicada. Decidimos no cerrar la playa pero cerramos un punto próximo a las rocas. Para tomar esta decisión no valoremos si el usuario está en forma o es buen nadador, buscamos un perfil medio, si una persona mayor o los chiquillos pueden tener algún problema, decidimos cerrarlo. Entonces, un usuario que quizás se ve más capacidad, no entiende por qué no lo dejamos bañar en aquel punto. Le explicamos que, si entra él, querrá entrar todo el mundo, y no podemos hacer una selección. Le tenemos que explicar que es por eso que hemos decidido cerrar, pero que tiene todo el resto de la playa abierta.

—Cuál es el grupo más vulnerable?

—Los chiquillos y el principio de la adolescencia. Sobre todo los niños, es muy fácil que se pierdan en la playa. Una persona que pierda al hijo no es un mal padre o una mala madre, hay bastante con un momento que te despistes: en la playa hay mucha gente, la gente circula, y los chiquillos se van.

—La sanción en Tarragona para no hacer caso de la bandera roja es de 100 euros. ¿Cree que es suficiente?

—Si hablamos de precios, no puedo decir una cifra. En el momento en que acudimos al servicio de Policía local para que sancione a un usuario, es porque realmente se está poniendo en peligro. Y eso comporta tres cosas: una, que puede tener un problema. La segunda, que para irlo a buscar, el socorrista también puede tener un problema y, la tercera, que si el socorrista se tiene que dedicar únicamente a aquel usuario, dejamos descubierta una gran parte de la playa.