Concurso de Castells
La emoción del Concurs a pie de plaza
Una periodista extranjera conmovida, confusiones por los colores idénticos de las camisas, enxanetas ovacionadas o el cargamento de fruta de un grupo
«Cuando he visto la primera torre alzada, he llorado, me he emocionado, y mira que tengo 23 años de profesión. Este es un espectáculo que tiene unos valores impresionantes. Hoy día la sociedad nos dice que todos tenemos que ser iguales y, en cambio, los castillos se nutren de las diferencias. Cada uno, sea cuál sea su condición física o su edad, tiene una función en la estructura, imprescindible, que nadie más puede reemplazar. Me parece maravilloso», explicaba fascinada la periodista de la televisión brasileña TV Globo, Mariana Becker. «Soy corresponsal de la cadena en Francia y me enteré del concurso por una foto que me enseñó una amiga. Le dije a mi director que teníamos que estar», desgranaba la reportera. Y es que el acontecimiento tarraconense con mayor proyección internacional volvió a dejar boquiabiertas, una edición más, a las cerca de 12.000 almas que tuvieron la fortuna de vibrar en directo, in situ, con las construcciones castelleres. Impresiona la altura que alcanzan los castillos, la explosión de colores que se dibuja en la plaza, el toque de grallas, pero sobre todo, golpea el silencio más atronador, en el momento que los castellers empiezan a subir la estructura. Doce millares de personas completamente mudas, con el fin de no interferir en las indicaciones que los responsables de grupo va repartiendo a los integrantes.
«Impresiona bastante, nosotros hemos venido desde Sevilla porque lo queríamos conocer y vivirlo ya que lo habíamos visto por la televisión», indicaba ayer un voluntario de Cruz Roja de Sevilla, José Manuel Quintana, que participó, junto con otros tres compañeros sevillanos, en el amplio dispositivo sanitario (conformado por un total de 60 voluntarios) que Cruz Roja de Tarragona había preparado para el concurso casteller.
Divertidas equivocaciones
El destino a la hora de sortear las posiciones en plaza quiso que los castellers de la Joves de Valls y los de Barcelona, ambos con una camisa roja de un tono muy similar, estuvieran de lado, lo que regaló a los presentes alguna escena bastante divertida. «¿Ei, podéis venir para acá?», pedía a uno de los integrantes del grupo vallense a un grupo de chicos que estaban de espalda. Se giraron. Eran barceloneses. «¡A no, que sois de Barcelona, perdonad!», se disculpaba risueño el casteller del territorio. «Claro, somos una gran mancha roja y es normal que pasen estas cosas», apuntaba con humor a Mario Cuadrado del grupo de la capital catalana.
Entrada en plaza de película
Es un instante con una carga emocional muy potente, que acostumbra a pasar desapercibido por el público presente, porque se produce en la zona de vomitorios, antes de hacer la entrada en plaza. Los más pequeños, que realizan las funciones de acotxador y de enxaneta, suben a los hombros de otros jóvenes de más edad, para dirigirse hacia la piña. Los segundos antes de iniciar el recorrido, de altas chicos y chicas los abrazan, les chocan la mano y se los desean toda la suerte del mundo. Ellos, ya ademanes en situación, lo cogen con mucho orgullo, felices. Esta salida, cargados en los hombros, resulta especialmente simbólica en un espacio, la Tarraco Arena Plaça, que durante tantos años acogió corridas de toros y de dónde tantos toreros salieron de idéntica forma.
Las pequeñas estrellas castelleres del certamen, como es habitual, dispusieron de salas especialmente habilitadas y pensadas por ellos, con el fin de hacerlos más ameno el tiempo de espera hasta entrar en acción. «Tienes que pensar que son muchas horas las que tienen que estar aquí, desde que accedemos a las nueve y media de la mañana, hasta las cinco de la tarde. Hemos llevado un proyector para que puedan ver el concurso, porque son pequeños pero son castellers (ríe) y además tienen juegos de mesa y otras actividades», explicaba Isma Martínez del grupo Joven Xiquets de Tarragona.
Vinieron con kilos de fruta
A los pequeños no les faltaba de nada y, en los grandes, tampoco. En el caso de los Castellers de Vilafranca, varias empresas los regalaron kilos y más kilos de fruta. Con el enorme cargamento, hicieron el viaje. «Tenemos unas diez sandías, una quincena de melones, doce kilos de plátanos y seis piñas», desgranaba Imma Rovira, mientras cortaba la fruta con otros a cuatro integrantes del grupo. Los de la Joves de Valls también contaron con un gran surtido de frutos secos para coger energía.
«¡Poneos los binóculos!»
Un grupo de amigos acudió a la cita castellera muy bien equipados: los tres llevaban los binóculos de casa para no perderse detalle de la actuación, pero sobre todo, para identificar a sus compañeros castellers. «Tenemos amigos en varios grupos y desde aquí no los podríamos ver, de esta forma, sabemos en qué posición están. Podemos decir: ¡mira la Oropéndola ya alza»!, explicaba divertido Xavi Aragonés.
Vendado, pero dando apoyo
La pasión por acudir al espectáculo casteller por antonomasia es tal, que no importa si tienes un brazo enyesado y a duras penas lo puedes mover con normalidad. Eugenio Serrano, de los Castellers de la Villa de Gracia, quiso ser a la TAP. «Vengo para cerrar filas, para ayudar a mis compañeros», exponía a este chileno establecido a Barcelona, quien viajó a Tarragona con dos compañeros, Elías y el Joanathan, que también se han enamorado de los castillos. A pocos metros de los jóvenes, Juani Horcas, una incansable trabajadora de la limpieza, iba a montón y abajo, frenéticamente, velando para que los lavabos estuvieran en buenas condiciones por los millares de usuarios. En la calle, Ivan, un joven de la brigada municipal de limpieza, también sudó la gota grande para mantener limpia|neta la vía pública. «Estoy recorriendo|recurriendo continuamente las cuatro calles que recorren la TAP, sobre todo me estoy encontrando carteles tirados en tierra y latas», indicaba el trabajador.
A las cinco, se bajaba el telón
Minutos después de las cinco de la tarde, una riada de castellers enfilaban hacia la avenida Vidal y Barraquer donde un convoy de decenas de buses ya les esperaban para emprender un viaje de ida, pero también de vuelta, porque la 2020 Tarragona los espera de nuevo.